Hoy copio aquí lo que he mandado al programa televisión "Cristo Visión" de Colombia para la jornada de oración y ayuno de este 14 de mayo. Son mis respuesta a 4 preguntas que me hicieron
"1.- Supe que el Movimiento de los Focolares, del cual Ud. es copresidente, adhirió de inmediato al deseo del Papa de hacer esta jornada de oración, ayuno y caridad. ¿Por qué? ¿Qué los movió a una respuesta así? ¿Y de qué modo han manifestado esa adhesión?
Nos ha movido el mismo espíritu con el que adherimos desde el primer momento al llamado que el papa y el Imán de Al-Azhar hicieron en Abu Dhabi el 4 de febrero de 2019, con el documento sobre “La Fraternidad Universal, Por La Paz Mundial y la Convivencia Común”, a impulsar todo tipo de iniciativas concretas y de profundización académica de este gran concepto de la fraternidad, decisivo para esta época de la historia, más aún en la circunstancia actual de la pandemia que padecemos. Todo aquello que favorezca el camino de la unidad en la línea del testamento de Jesús «Qué todos sean uno» (Jn 17,21) encontrará al Movimiento de los Focolares en primera línea, dado que esta oración es el concentrado del carisma que lo anima.
Hemos manifestado públicamente nuestra adhesión con un comunicado oficial de la presidente del Movimiento, María Voce, en el cual recuerda que «la actual pandemia ha marcado un punto sin vuelta atrás: nos salvamos sólo mirando al bien común, no al bien del uno o del otro, no a los intereses de una parte o de la otra sino al bien común» Y ha añadido: «Somos una gran familia, formada por cristianos, fieles de distintas tradiciones religiosas, junto a personas sin una precisa referencia de fe. Animo a todos a vivir la jornada del próximo jueves 14 de mayo en un espíritu de oración –según la respectiva fe y tradición– de ayuno y compromiso concreto en la ayuda a quien nos está al lado, sobre todo a los más débiles y marginados» María Voce ha instado a poner en juego la creatividad en cada comunidad del Movimiento en todo el mundo para responder a este llamado, siempre en conformidad con las disposiciones vigentes, y en espíritu de verdadera y efectiva fraternidad.
2.- Esta es una jornada que vivimos junto a personas de todos los credos religiosos y sin ellos. ¿Cómo ustedes trabajan en este campo y porqué? Aquí en América Latina cuesta trabajar en comunión con los demás cristianos, ¿tienes alguna idea para ir adelante en este proceso de trabajar juntos por un mundo más fraterno?
La experiencia del Movimiento de los Focolares en el campo del diálogo interreligioso se cuenta ya por decenios. Tuvo un momento de aceleración hacia finales de los años 70 cuando algunos líderes religiosos de todo el orbe expresaron a Chiara Lubich sentirse interpelados, desde su propia tradición religiosa, por el llamado a la unidad que ella hacía. Desde entonces se han multiplicado los contactos personales y los simposios o congresos con budistas, musulmanes, siks, exponentes del hinduismo, hebreos, etc. Con muchos de ellos, tras años de practicar el conocimiento mutuo y el amor recíproco, hay ya algo más que una relación de diálogo y se trabaja en comunión para llevar el espíritu de la fraternidad a las respectivas tradiciones religiosas.
El fundamento de todo fue desde el principio la práctica de la regla de oro que existe en todas las religiones: «haz al otro lo que quisieras que el otro hiciera contigo», si queremos formularla en positivo. Chiara Lubich, sobre esta base, propuso además el arte de amar, con los siguientes puntos principales: ver en el otro a un hermano, ser los primeros en amar, amar al enemigo, hacerse uno con todos, vivir el otro.
El diálogo y la unidad es difícil en todas partes, no sólo en América Latina. Paradójicamente como dice un autor, mientras se difunde la llamada globalización y se habla continuamente de multiculturalidad, la cruda y terca realidad es que nuestros prejuicios hacia los demás crecen exponencialmente. Viajamos de un lado para otro con nuestra maleta cargada de ellos. Yo siempre digo que si, en vez de un detector de metales, hubiera un detector de prejuicios en los controles de seguridad de los aeropuertos nadie los pasaría. En definitiva, hemos perdido de vista que todos somos hijos de un mismo Padre y por lo tanto hermanos entre nosotros. La verdad, por lo demás, es un concepto relacional: es una sola, pero nadie la posee, sino que ella nos posee a nosotros, y por lo tanto todos participamos de alguna manera en la verdad y por eso la participación del otro en la verdad me completa. La doctrina cristiana posee ese principio maravilloso de las semillas del Verbo que están diseminadas por todas las culturas, incluidas las no cristianas. El Concilio Vaticano II lo puso de relieve con fuerza. El ser humano es un ser relacional (eso significa ser persona) que no se construye desde el principio del “yo” absoluto, individual, sino desde el “nosotros”. Solo el “nosotros” personaliza trasfigurando el “yo”. Jesús de Nazaret cuando afirma: “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,7) nos está diciendo en qué consiste ser persona: vivir en el amor proyectados hacia el otro. La reciprocidad es un imperativo esencial y ético del ser humano. Hay que practicarla con generosidad, altruismo, entrega, sacrificio. Como consejo: el arte de amar.
3.– ¿Qué conclusiones ha sacado usted de esta crisis que estamos enfrentando como humanidad? ¿Saldrá algo positivo? Y, ¿cómo podemos mantener y potenciar lo positivo?
He dicho y escrito en múltiples ocasiones durante estos meses que, a mi modo de ver, éste es un tiempo de dolor, inmenso dolor, y gracia.
Dolor, evidentemente, a causa de todos aquellos que nos han dejado, cercanos y lejanos, familiares, amigos, vecinos, y por la cantidad de gente que sigue sufrimiento en los hospitales y en las casas. Dolor por la forma en que muchos han muerto: lejos de sus seres queridos, no pocos en total abandono. Dolor por los que están ya atravesando penurias de todo tipo a causa de la falta de trabajo, de asistencia sanitaria adecuada, por el futuro incierto. Dolor por la incapacidad que muchos han mostrado de dejar atrás rivalidades políticas o de cualquier tipo, intereses personales y demás, para servir al bien común. Esto también ha sido muy doloroso.
Gracia, por muchas razones. En primer lugar, este tiempo nos ha puesto bruscamente frente a lo que somos en realidad, es decir, frente al espejo de nuestra fragilidad y vulnerabilidad como creaturas. No somos, ni individual ni socialmente esos seres omnipotentes que corren sin límites por la vía del progreso infinito. Ha bastado un simple organismo a-celular para desbaratar nuestros sueños de grandeza. La pandemia ha confundido el idioma del progreso tecnológico infinito y hemos tenido que abandonar nuestra torre de Babel. En efecto, hemos llegado a la luna, pensamos que podríamos incluso habitar planetas diferentes del nuestro, la inteligencia artificial se encamina a resolver casi todos nuestros problemas, a elevar a cotas inéditas nuestro potencial creativo; y, sin embargo, en materia sanitaria estamos reviviendo las pestes que nuestros antepasados medievales sufrieron en medio del terror, con la misma incapacidad de comprensión y resolución eficaz del problema. No cabe duda de que este brusco desmoronamiento ha abierto un espacio a la reflexión, a la compasión y a la transcendencia. Nos ha hecho descubrir la corporeidad como principio de relación, interpersonal y social. Nos ha hecho meditar profundamente acerca del destino de esta nuestra condición corpórea y por lo tanto nos ha puesto frente al gran enigma de la vida y de la muerte. Ha sido y es, por ello mismo, una gran oportunidad para anunciar la verdad del cristianismo como una visión de sentido completo: Un Dios amor que se hace hombre, se encarna en un cuerpo mortal, sufre el martirio (el climax de toda enfermedad, entendida como disgregación física), muere y resucita con un cuerpo glorioso, non sin antes habiéndonos dado su propio cuerpo y su propia sangre como alimento, prenda de una vida eterna en la cual traspasaremos los límites de nuestra corporeidad terrenal para formar en Él un solo cuerpo glorioso. La cruda experiencia de nuestra fragilidad, en esta pandemia, es una oportunidad única para ponernos frente a la Revelación y descubrir en ella el libro de la vida, una fuente inagotable de sentido.
En segundo lugar, la crisis que vivimos pone en evidencia, quizás como nunca, el gran tema de la dignidad humana. Este momento es particularmente propicio para hacerla emerger no en forma teórica, como tantas veces lo hemos hecho, con declaraciones y manifiestos, sino en forma práctica y en todo su alcance ético. Un filósofo español define la dignidad como “lo que estorba”. ¿Qué significa esto? Significa que la dignidad del ser humano es esa nota nuestra que estorba, por supuesto, “a la comisión de iniquidades y vilezas”, pero también y quizás con más fuerza si cabe al progreso material y técnico desmedido; esa nota que nos abre los ojos frente a los que no sirven, los inútiles, los ancianos, los enfermos, los sobrantes, los que quedan en la cuneta de la historia. ¡Cuántos de ellos hemos visto en estas semanas! ¡Cuánta gente ha muerto sólo porque pertenecía a la categoría de los sobrantes! Me refiero a los ancianos, muchas veces abandonados en los asilos. Me refiero a los homeless de las grandes metrópolis. «Si en la tradición -dice el mencionado filósofo- la dignidad ha sido representada principalmente como una perfección, ahora vemos cómo su significado se amplía para comprender también la imperfección humana, donde muchas veces se hace notar con más potencia y plasticidad aún». Por fortuna, poco a poco, la crisis que vivimos nos está devolviendo a la conciencia de que “imperfectos” somos todos, al menos desde el punto de vista de la resistencia al ataque de un virus. Esto es ya una conquista. En definitiva, este es un tiempo propicio para la dignidad, para construir una sociedad cimentada en este gran valor. Cada uno de nosotros podrá cambiar su manera de ver al otro. Si nos queda un mínimo de conciencia, cada vez que nos encontremos con uno de esos que “estorba” recibiremos la bofetada de la dignitas humana y haremos algo, aunque sea pequeño. Porque, estamos descubriendo, paradójicamente, que el contacto con la fragilidad es el camino más derecho para enaltecer la gran dignidad del ser humano. Y –lo sabemos de sobra– para un cristiano detrás de la dignidad de cada ser humano se esconde el rostro de Cristo. Cuando ese rostro es un rostro sufriente se convierte en un llamado y en un imperativo ético improrrogable.
En tercer lugar, la crisis ha reflejado inequívocamente que vivimos en un mundo enfermo, el virus más letal no es el covid19, es otro de tipo antropológico y social. Es estructural. Por eso, mientras esperamos la vacuna que nos proteja, tenemos que poner las bases de un nuevo humanismo integral. Habrá que iniciar a transformar muchas estructuras sociales para ponerlas al servicio de esa gran tarea que es la dignidad humana. Habrá que cambiar parámetros de desarrollo y, sobre todo, mentalidades. Habrá que estipular reglas éticas de carácter inequivocable. Habrá que profundizar en todos los campos del saber. Se hará necesario un gran pacto educativo mundial y una gran alianza cultural y religiosa.
4.- Ustedes son los de la unidad. ¿Se puede vivir la unidad en estos tiempos, precisamente cuando estamos llamados al distanciamiento?
Mi experiencia personal es que he vivido la unidad quizás como nunca en este tiempo: con gente cercana y lejana, con personas de todas las generaciones. Se han interesado por mí alumnos que tuve hace casi 40 años cuando eran adolescentes. Y del mismo modo yo he podio contactar a gente con la que no hablaba en años. He vivido encerrado, pero con el alma abierta abierta y el computer encendido. A través de él no llegaban a mí mensajes escritos o visuales sino personas vivas. Con la SMU de los jóvenes del Movimiento de los Focolares, además, hemos vivido una experiencia de “qué todos sean uno” extraordinaria. La unidad es una realidad mística, que va más allá del espacio y del tiempo. Es escatológica, llegará al final de los tiempos, pero la anticipamos ya aquí con estas experiencias de reciprocidad plena, presidida por el amor. Son experiencias fuertes precisamente porque son corpóreas, dado que el cuerpo, no lo olvidemos, no es sólo el organismo, sino sobre todo aquello que nos hace presentes y reconocibles a los demás, más allá de la realidad física.
Ahora quisiera terminar con una oración. Aquí en Europa estamos en pleno mes de María. María que es madre de la Iglesia y madre de la humanidad. Ella nos envuelve más que nunca con su manto de ternura, de amor y nos conduce a su Hijo y al Padre en el Espíritu. Ella nos restituye nuestra dignidad de hijos y nos ayuda a construir una sociedad nueva, el Reino de Dios.
Ave María..."