«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,25-27).
Los exegetas y comentaristas del evangelio de Juan coinciden en afirmar que en esta escena se representa el nacimiento de la Iglesia. Como dice Ignace de la Potterie: «En María comienza la Iglesia de Cristo». Este mismo autor comenta, además, que lo misterioso del caso es que María sea, a la vez, imagen o tipo de la Iglesia y madre de la Iglesia, como si fuera madre de sí misma. Pareciera una contradicción y, sin embargo, no lo es. Lo es en el plano lógico, pero no en el plano simbólico. El gran exegeta jesuita se lo explica de la siguiente manera: «María simboliza a la Iglesia misma, que es nuestra madre, y es, igualmente, madre de la Iglesia, pues la Iglesia es toda la comunidad cristiana (papa y obispos incluidos) cuyo símbolo es “el discípulo que Jesús amaba”; ahora, a él se le dijo, en referencia a María: “Ahí tienes a tu madre”».
En esta distinción, complementaria, que se verifica en María, podría quizás encontrarse el engarce de las devociones marianas (rosario, etc.) con el evangelio. En efecto, se podría suponer que tales devociones no tienen nada que ver con el evangelio. Por supuesto, no son de carácter dogmático, es decir, de fe. Ningún cristiano está obligado, en rigor, a cultivar una determinada devoción a María. Sin embargo, pertenecen indisolublemente a la tradición de la Iglesia, y, al menos en la iglesia católica y en la ortodoxa, nunca han perdido vigencia. Desde luego, incluso para los que mantenemos esta tradición, el pensar que existe un vínculo coherente con el evangelio resulta, sin duda, enaltecedor. Esto es evidente en el rosario, que, como sabemos, no consiste en otra cosa que en meditar los misterios de la vida de Cristo, como nos lo narran los evangelios, con la música de fondo del “Ave María”, que es también escritura.
Pero, como decía, yo encuentro un ulterior encaje (si se quiere de tipo psicológico, en el sentido más profundo del término) en esta escena del Gólgota en la que Jesús dona María a Juan. En ella aparece con cristalina evidencia la maternidad de María. María, en efecto, no solo es el tipo de la Iglesia sino que, además, y por ello mismo, es madre; y a la madre se la quiere entrañablemente, como a ninguna otra criatura. Es por ello por lo que no sobran epítetos para declarar a la madre el amor que le dispensamos, ese afecto puro que nace de lo más íntimo de nosotros mismos. En su declaración: “Ahí tienes a tu madre”, Jesús abre un margen, un espacio infinito de devoción a la que fue su propia madre, en la cual ve prefigurada su Iglesia (sólo María detenta esta prerrogativa, solo de ella se puede decir que es la Iglesia, pues solo ella, como decíamos, puede simbolizar a todo el pueblo de Dios), para que el ser humano pueda explayarse en la medida de la riqueza de su corazón. Ciertamente, todo esto sin confundir las cosas y evitando las exageraciones: lo puramente evangélico es que en María nace la Iglesia y que es Madre; lo cual es ya muy fuerte y denso de significado desde el punto de vista teológico. Las demás expresiones (oraciones, peregrinaciones, etc.) nacen de ahí, del evangelio, y encuentran en él su legitimidad, sin coincidir con el mismo.
A mi modo de ver, esta visión, que mantiene la complementariedad de las dos dimensiones de María, es muy fecunda desde el punto de vista ecuménico e interreligioso. Por eso me explico, por ejemplo, el amor de Lutero por María y la enorme consideración que de ella hace el Corán.
En Europa, hemos comenzado el mes de María. El papa ha publicado un libro bellísimo para acompañarnos durante este mes. María nunca conduce a sí misma, sino a su Hijo, el único salvador. En estos tiempos difíciles, acercarnos a ella, experimentar su calor de madre y meditar con ella los misterios del Hijo es una experiencia espiritual inigualable y restauradora.
Gracias Jesús
RispondiEliminaGuillermo Glez. Madrid