«La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: “Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los árboles del jardín?” Respondió la mujer a la serpiente: “Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte”. Replicó la serpiente a a mujer: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis del él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal».
Estos versículos del libro del Génesis son universalmente conocidos. Describen, con un lenguaje alegórico, una elección que afecta a la dimensión ontológica del ser humano, es decir, a lo más profundo de él. Es el relato de la tentación, una realidad que atraviesa toda la historia y la vida de cada uno de nosotros. Es pasado, presente y futuro. Se actualiza en cada era, aunque siempre con connotaciones distintas.
La estrategia de la serpiente tentadora es genial y casi infalible. Permaneciendo fiel a la verdad, tiende una trampa que se concentra en una sola palabra, un adverbio modal: “como”. En ese “como” está el quid de la cuestión. En efecto, la serpiente no habría podido decir: “seréis dioses”, porque se trataría de una falsedad demasiado burda. El hombre y la mujer jamás podrían ser dioses. Por eso introduce el “como”, y en el “como” va la trampa mortal, la tentación por excelencia, la tentación de tentaciones. De hecho, el hombre elige el saber, el conocer, en vez de la obediencia, con la ilusión de adentrarse en la inteligencia del bien y del mal, adquiriendo de este modo una seguridad y un poder superiores. Así es Dios. Pero hay un detalle: el hombre no será Dios, será “como” Dios. Su conocimiento del bien y del mal serán divinos, pero no serán jamás el conocimiento de Dios. En definitiva, el hombre no es capaz de soportar semejante conocimiento, semejante misterio. El saber sin obediencia lo conducirá a una hybris (orgullo, exceso) que se volverá contra él mismo, con consecuencias catastróficas en términos de relaciones interpersonales y sociales: violencia, opresión, guerras…
La prohibición de Dios no es ningún atentado a la posibilidad de saber del hombre. Consiste sencillamente en marcar el límite de la creaturalidad. Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, libre y llamado de manera especial a una relación profunda con Él, pero siempre en su condición de creatura. La encarnación del Verbo dirá hasta que punto el ser hombre es algo grande para Dios mismo, pues ha querido compartir nuestra condición en todo, menos en el pecado. La obediencia no es, pues, sumisión; es relación, algo diametralmente distinto. En la sumisión, el sometido no existe, es anulado; en la relación, la reciprocidad hace ser a quienes se relacionan. La sumisión está dictada por la voluntad de poder; la relación está presidida por el amor.
La palabra “obediencia” consta del prefijo ob (sobre), audire (escuchar), nt (agente), y el sufijo cia (cualidad). Por lo tanto, obediencia es la cualidad de escuchar. En la tradición bíblica es el significado más profundo, por no decir el único. El hombre es un ser hecho para la escucha: de la realidad, del otro, de Dios. Desde esta posición existencial desarrolla su vida. La hybris, el exceso (que ya los dioses griegos condenaron tajantemente) del que hablaba antes, el que subyace a la tentación original, consiste, por el contrario, en poner al “yo” como punto de partida absoluto. Este exceso es, en sí mismo, un atentado contra la relacionalidad y esconde una voluntad de poder malsana que puede tener consecuencias trágicas. En el libro del Génesis, la primera relación que se rompe es la que se establece entre el hombre y la mujer (3,16). De ahí se derivarán todas las demás rupturas. La misma relación con la naturaleza se vuelve tortuosa (3,17).
Algo de todo esto se ha puesto de manifiesto en la crisis que vivimos. Es evidente que hemos construido un mundo desde la hybris de una voluntad de potencia ilimitada. Lo podemos constatar en el campo de la economía, del progreso tecnológico, de la política, de la ecología, de la bioética. Ahora estamos obligados a cambiar. El hombre debe elegir: o el saber absoluto o la obediencia, en el sentido mencionado. No me cansaré de repetirlo: no estoy hablando de heteronomía, de sometimiento a una fuerza exterior, ni aunque fuera el mismo Dios; estoy hablando de descubrir la relacionalidad que nos habita, la capacidad de escuchar, de desplazar el centro de nuestra existencia desde el yo al otro, al nosotros, de desvelar la formidable experiencia de concebirse y recibirse como un don.
Jesús de Nazaret fue más allá de la serpiente. En el evangelio de Juan (10,34), cita el salmo 82: “sois dioses”. Jesús elimina el “como”, porque él no pretende engañar. Sí, somos dioses en Dios, en la relación, con Él. Fuera de la relación con Dios nos queda el “como”, es decir, nada, la soledad del “yo”. Por lo tanto, la tentación de la hybris, del exceso egocéntrico, se vence con un exceso aún mayor, el de vivir proyectado en el otro, en el dar la vida, en el exceso de una vida concebida como don hasta las últimas consecuencias. Una vida pensada y plasmada como obediencia es un exceso para nuestros tiempos. Un exceso necesario.
Querido Jesús. Gracias por tus reflexiones. Lo que comparto contigo no tiene el conocimiento teológico que tantos sí tienen, y es probable que haya exageraciones o malas interpretaciones en mis líneas, pero me surge esta reflexión que deseo transmitirte por el impacto del “como”.
RispondiEliminaHace unos pocos días, unos antiguos compañeros de trabajo me contactaron. Están pasando una crisis matrimonial que es muy posible que desemboque en un divorcio. Yo, como divorciado y con hijos, puedo entender su drama, y el de sus dos hijas adoptadas. E igualmente, sufrir con ellos y tratar de hablar en la verdad. De corazón a corazón. Como decía Pedro en los Hechos de los Apóstoles, entregar lo que se tiene y, en mi caso, lo que trato de vivir cada día. Pasan unos días y su hija tiene que realizar un trabajo de Religión. Su madre me pide que la ayude ya que se han criado sin una vida cristiana en casa y, ni siquiera, una cultura. Han surgido varias conversaciones con la hija. Pero quería subrayar una en particular. Los temas a tratar eran: Dios, la Trinidad, la Creación, el impacto que estas clases han supuesto para ella.
La hija me reconocía que no entendía por dónde empezar. Le he hecho una propuesta. Es posible hablar de la Religión y de la cultura generada como quien habla de una casa. Paredes, puertas, vigas, cocina, muebles, cortinas...todo eso es cierto y genera esa casa. Pero, quien accede a esa casa, espera llenarla y convertirla en un hogar: con sus emociones, sus vivencias, su familia...si quería entender la experiencia del cristiano, necesitaría usar un punto de vista especial: el amor. Es “como” si habláramos de lo mismo, pero no lo es.
Mirar toda la realidad desde ese punto de vista. Hemos repasado ejemplos de su día a día (que conocía por la conversación con los padres), donde sin llamarlo así, era fácil reconocer los pequeños actos de amor realizados. Lo ha captado enseguida. Así, le he explicado la relación entre el Padre y el Hijo como una relación que se genera desde el amor, el don que Dios nos hace. El Espíritu Santo, como Dios de amor. El entra en nuestros corazones y nos hace reconocer la presencia de Jesús, como cuando Jesús le dice a Pedro "esto te lo ha revelado alguien"... y en esta conversación, intuyo una cosa:
Dios crea el hombre como imagen suya, según el Génesis. Chiara nos comentaba el tú de Dios. El pecado, rompe esa imagen. Y aquí la uno con tu reflexión. Jesús, este Jesús Abandonado gran pasión de Chiara y de todos nosotros, es el Hombre que nos restituye a ser imagen de Dios. Le comento a esta chica, el amaos unos a los otros es la forma de unirnos en el amor y de invocar la presencia de Jesús en Medio nuestro. Nos constituye en ese tú que es Dios mismo entre nosotros y que "habla" con Dios Padre. Al dejarme hacer por este Jesús en Medio, me "endiosa" porque es El. La serpiente ofrece un atajo, con el “como”, y que desemboca lejos de donde se deseaba ir. La venida de Jesús, nos vuelve a enseñar el camino. Mi camino es CON el otro irremediablemente. No es PARA el otro. No hago cosas para, sino CON, porque en Jesús en Medio, mis actos ayudan a Su plan, que es llevar la Humanidad a Dios. Y lo social es parte de la propia Humanidad que se dignifica en Dios. Lo social está en la Trinidad desde que Jesús muere en la cruz. No puedo no remangarme. Me debo enfangar por el otro, no para quedarme allí, sino para descubrir lo que es el plan de Dios, juntos. No en una jerarquía, sino en un diálogo franco, constante, volviendo a empezar, que incluye conflictos y descubre/tiene habilidades/herramientas para superarlos. Con mucha humildad y generosidad. Y todo esto me golpea, dentro de mí, en dos líneas: personalmente y en conjunto. El otro, es más, me ayuda a superar mis propios errores y miserias porque con él, si restituyo la presencia de Jesús en Medio, esa presencia me da la fuerza...como si me transportara en alto y me hace superar las dificultades cotidianas con facilidad. Me da la perspectiva.
Y, querido Jesús, es el espíritu que trata de encarnarse en Mosaico. Incluso en momentos que nadie entiende desde fuera de este proyecto. En momentos que dentro surgen dudas. Aprendo de ellos. De los jóvenes y los adultos que participan. De cada uno. Me rindo, me agoto, pero vuelvo a empezar y cuando ves la UWW intuyes que esa semilla muerta da frutos. Una apuesta por encarnar que supone jugármela también en términos económicos (con más de 4 ceros estos años). Con humor que diría el Papa Francisco: Escojo el papel de la ternera en unos huevos fritos con churrasco, y no el de la gallina.
RispondiEliminaTodo surge de ese pequeño acto de amor de ayuda, que vuelve a mi en forma de luz para entender por qué el otro es tan importante para mí. Y esta chica y sus padres lo son en estos momentos y a lo largo de estas semanas. Concretamente.
Retomo el “como”. Tantos hoy se buscan a sí mismos. Es mi conversación con mi coach suiza. Para ser feliz, primero hay que encontrarse con uno mismo, mi felicidad, y el segundo paso es ayudar a tu alrededor. Sutil, sensible e inteligente. No desprecias ser solidario y pensar en los demás. Pero…. Primero soy yo mismo. Si mi “ser rescatado”, mi ser Dios pasa por el otro, el nuevo atajo, me aleja profundamente de mi objetivo porque sólo dándome me encuentro. Mi nueva tentación- atajo me manda en el sentido opuesto. Y eso es lo que veo a mi alrededor en esta nueva psicología del trabajo: céntrate en tus necesidades, define tus prioridades, primero lo tuyo. Son las conclusiones de mi sesión de coach de alto ejecutivo. Estas son las recomendaciones. Me pongo a hacer este ejercicio, y algo dentro de mi se rebela y me dice, por ahí no. Cierto. No ha sido así como mis clientes y compañeros han valorado mi trabajo. No ha sido mi prioridad lo que ha hecho avanzar el proyecto. Cada vez que me he puesto en los zapatos del otro, se han materializado resultados, y ¡muy gordos!.
Gracias de nuevo.
PD. Por mi profesión informática, estos meses he estado complementando cursos en el MIT, Massachussets Institute of Technology, sobre estrategia para aplicar Inteligencia Artificial y un plan de Ciberseguridad. Un tema que me encantó: la inteligencia colaborativa. Habla de cómo el conocimiento en la Humanidad y los progresos asociados fluyen muy rápidamente gracias a los buscadores e internet. Las nuevas generaciones ya vienen así. Esto conlleva un salto. Un elemento “cisne negro”, como el COVID. Todo ha cambiado. Seguimos tratando de evolucionar cuando la palabra es transformar. La transformación digital tan usada, es la oportunidad para actualizarnos en nuestros días en el diálogo con la cultura actual. Como bien señalabas en tu mención a Theobald es un momento de ruptura para reinsertar el cristianismo. Y hay muchas señales internas que se mueven ya en ese sentido.