En fin, la “normalidad”. Una normalidad teñida de temores y, de alguna manera, también bajo sospecha. Me pregunto si normalidad significará retomar lo de antes sin mayor apuro o reflexión. Si me miro a mí mismo, no cabe duda de que algo ha cambiado dentro. Si volver a la normalidad va a decir asistir impotente, merced al acoso de la inercia, al derrumbe irremisible de algunas conquistas espirituales y morales de este tiempo de dolor y gracia, la verdad es que no la quiero.
Quiero, eso sí, que cesen las hospitalizaciones y las muertes. Quiero que se encuentre lo antes posible una vacuna que nos permita perder el miedo a la relación con el otro. Quiero vibrar con los encuentros personales, quiero compartir en grupo, quiero gozar de la gente mientras pasea por las calles de esta Roma que tanto amo. Quería sentarme en una terraza a tomarme un cappucino o una cerveza. Quiero volver a esa pizzeria en medio del campo y saludar a los dos hermanos que la gestionan. Quiero volver a caminar alrededor del lago de Castelgandolfo, pero no sólo, sino rodeado de otros: niños, adultos, ancianos.
Pero no quiero perder ese habito nuevo de la oración pausada, en el silencio de la mañana y de la tarde. No quiero perder ese contacto profundo, aunque sea telemático, con quien está lejos, con quien pasa un momento difícil. No quiero renunciar a los webinar sobre temas actuales que tanto me han enriquecido; ni a los conciertos online que me han alegrado el final de jornadas llenas de trabajo. No quiero que olvidemos rezar el rosario en comunidad. No quiero que la pereza y la falta de tiempo vuelva a vencer por sobre la necesidad de poner en orden la casa o las estanterías. No quiero dejar de limpiar la cocina y el fregadero después de cada almuerzo.
Sobre todo, no quiero que las modelos económico-sociales y políticos que nos han conducido a esta crisis, retomen su curso “normal” como si nada; que los poderes fácticos (no me importa usar esta expresión un tanto manida) vuelvan a manejarlo todo y a someternos a todos. No quisiera que las preguntas sobre nuestra verdadera condición como seres humanos, esas que han poblado nuestras mentes exigiendo que se las tomara en serio, se esfumaran como por encanto bajo el influjo del carpe diem nihilista que, en buena medida, caracteriza nuestra cultura.
Muchos sostienen que algo ha cambiado para siempre. No dejemos que la próxima o menos próxima normalidad lo desmienta.
Era el verano del año 80 y visitamos la casa de Chiara. La puerta del jardín se abría diferente y, no siendo el primero en llegar, fui el único en ponerse a favor de la apertura. Esa "inteligencia" me regaló unos segundos preciosos delante de Chiara. Vi sus ojos. Su mirada. Como al joven rico: "..Y mirándolo lo amó". Nos ha amado. Enraizada su mirada en Dios, que hace que sea Dios mismo quien nos mira. Pido para que Dios te mire así cada día como aquella anécdota que contabas de un encuentro con ella. Y te dé la Sabiduría para ayudarnos cada día como estas reflexiones en tu blog. Por mi parte, la intención de mejora cada día en lo personal, la mejora juntos e inteligentemente alineados a lo que el ES nos sugiere. Y mis oraciones para todos los responsables para que escuchen lo que el ES pone en cada momento como respuesta en sus corazones. Ora et labora. Los gobiernos se enfrentan a una pandemia. Cualquier responsable debe tener la capacidad de ayudar a responder ante las cuestiones de hoy. El otro es mi camino, mi Santo Viaje. Con confianza al 1000%. Gracias
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