mercoledì 29 aprile 2020

“Venid a mí”

“Venid  a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”, dice Jesús (Mt 11,28).
Todas las veces que he leído este versículo del evangelio de Mateo me he fijado en lo de “cansados y agobiados”, seguramente porque esto es lo que me más interpelaba en lo vivo. Esta vez, sin embargo, me ha impactado eso de “venid a mí”. Nunca como ahora me había dejado conmover por la ternura con la que Jesús se dirige a nosotros: “venid a mí”, “estoy aquí dispuesto a sanar tu dolor, que es mío porque ya me lo he cargado a las espaldas y lo he transformado en amor, un amor que quiero ahora verter en tu corazón quebrantado, cansado, angustiado. Aquí estoy, sólo tienes que tomar la decisión de venir a esta fuente de misericordia infinita que es mi corazón; yo te haré sentir la ternura del Padre y el aliento restaurador del Espíritu. Ven a mí, no esperes más”.
Cada uno de nosotros podría decir esto mismo frente al hermano que sufre: “ven a mí que quiero hacer mío tu dolor, que quiero compartirlo para juntos ofrecérselo al Padre”. Lo podemos hacer porque nuestra vocación como cristianos es actualizar en nuestra vida los gestos y las palabras de Jesús, ciertamente a nuestra medida. Pienso en la cantidad de gente que en estos días, en esta misma hora, le está diciendo a un enfermo, casi siempre desconocido, con el que no le une ningún lazo de parentesco o amistad: “ven a mí que voy a hacer lo posible por aliviar tu sufrimiento”. Hace un rato hablé con una persona que ayer pasó un mal rato a causa de una repentina bajada de presión y unos dolores intestinales. No es una persona precisamente joven de edad. Cuando la llamé, su médico de cabecera, con el que había hablado por teléfono el día anterior, se estaba despidiendo después de haberse presentado en la casa sin avisar. Nadie lo había llamado, vino él solo, por iniciativa propia. Estos son los Jesús de hoy que se pasan el día diciéndole a la gente que sufre: “ven a mí”.

El gran sacerdote y pensador jesuita, F. Varillón, tenía un lema de vida que a menudo me repito a mí mismo: “una mano sobre la belleza del mundo, la otra mano sobre el dolor del mundo, y los dos pies sobre el deber del momento presente”. ¡Cuánta verdad y cuánta actualidad en estas sencillas palabras! Hoy en día no se puede vivir una vida éticamente digna sin poner una mano sobre el dolor del mundo. No se trata de hacer actos heroicos. De hecho, Varillón habla de tener los pies anclados en nuestro deber del momento presente. Por lo tanto, tenemos que seguir haciendo lo que debemos hacer, pero con una mano sobre el dolor del mundo. Cada cual tiene que encontrar las formas y los tiempos. Llegará el momento en el cual nos podremos comprometer con las transformaciones necesarias que habrá que poner en marcha para ir al encuentro del dolor del mundo a la grande. Entonces, nuestra mano formará junto a tantas otras, millones de manos, una solo mano sobre el dolor del mundo. Pero siempre sin descuidar el deber proprio, para no caer en ideologías estériles.
Y cuando se tiene tendida una mando sobre el dolor del mundo, se descubre la auténtica belleza. La otra mano no tiene siquiera que buscarla, resplandece sola. Porque no hay nada más bello que el amor y éste encuentra su tierra fértil en el dolor consumado y ofrecido.

lunedì 27 aprile 2020

Cosas dispersas

Comunico hoy algunas cosas dispersas, sin aparente ilación, excepto la correspondencia que tienen con mi alma, con lo que vivo en este momento. 

         Estamos en el corazón de este tiempo de pascua. Las lecturas que la liturgia de la Iglesia propone (misa, liturgia de las horas) nos hablan de escatología, es decir, de un tiempo definitivo que ha comenzado a cumplirse en la historia. El libro del Apocalipsis que encontramos diariamente en el oficio de lectura de la liturgia de las horas es el texto escatológico por excelencia. De difícil interpretación, sin embargo se lee con gusto y te deja pensando. Lo que más me toca es esa suerte de confrontación con la verdad a la que nuestra vida está abocada inexorablemente y que traspasa el libro entero. Aquí la verdad no tiene nada que ver con algo especulativo, con postulados racionales. No se trata de eso, tan occidental, por lo demás. La verdad del apocalipsis es la verdad bíblica, el designio de Dios plenamente desvelado en la realidad del “cordero degollado”, el primero y el último, el que posee las llaves de la muerte y del infierno (Ap 1,17); él es el único digno de tomar el libro de la vida y de la historia y de abrir sus sellos (5,9). El vidente lloraba mucho porque no se encontraba a nadie capaz de abrir el libro (5,4). Las lágrimas del vidente son nuestras lágrimas frente al misterio del dolor y de la muerte, en definitiva, del mal. La luz no la encontraremos en una buena teoría o en el progreso de la ciencia, sino en la realidad de aquel que ha sido capaz de soportar el dolor y morir como nosotros. Él ha transformado el mal desde abajo, por decirlo de alguna manera, venciéndolo desde la kénosis (abajamiento) más absoluto, porque se trata del mismo Dios. Tanta gente, en estos días, se une al sacrificio del cordero inmolado por amor. Ellos se conectan con todos los perdedores de la historia, esos que son un grito vivo y de máxima elocuencia en contra de la prepotencia de los poderosos y los soberbios, en todos los órdenes de la vida. Toda esta visión, grandiosa y luminosa a la vez, me lleva a cultivar en mí la compasión (ya he dicho como la entiendo), a comprometerme aún más en la lucha contra el sufrimiento, el mal y la injusticia. 

         En la pasión según san Juan (cf el libro de Ignace de la Potterie, que ya he mencionado) hay elementos simbólicos importantes que se descubren en la escena final de la crucifixión en el Gólgota. Uno de ellos es la túnica sin costuras que se rifan los soldados. Representa, en la visión joánica, la unidad de la Iglesia. El diálogo de Jesús con su Madre y el discípulo amado, nos dice, por otra parte, qué es la Iglesia para Juan: la Iglesia es María, madre. En estos días, el papa ha hablado de esa actitud antropológica tan profunda del “prendersi cura”, del cuidar del otro, del hermano que está a nuestro lado. Se trata de una actitud vital para la cual la mujer está preparada particularmente en todo su ser. La Iglesia, que es madre, está llamada a este “prendersi cura” del hombre, y esa vocación la puede cumplir sólo si está unida, si es esa túnica sin costuras que Jesús vestía y que se rifaron los soldados en el Gólgota. 

         Alguien me ha mandado el mensaje del 25 de abril que llega desde Medjugorje. No importa la relación que tengamos con este lugar, ni estamos obligados a creer en las apariciones. A mí, en estos momentos, me han tocado estas palabras de la Virgen en el susodicho mensaje: «no permitáis que las pruebas os endurezcan el corazón y que la oración sea como un desierto». Es verdad que el dolor crudo e incomprensible de las pruebas puede endurecer nuestro corazón. Aunque en estos momentos no vivo esta experiencia, comprendo que pueda suceder. Que la oración se convierta en un desierto me parece una imagen llena de significado. La oración debe ser una relación llena de calor y afecto con el Altísimo, un campo florido de excelso perfume y de belleza inusitada en la variedad de sus colores. No siempre es así, sobre todo porque somos torpes en custodiarla. No dejaré que se convierta en un desierto. Hay aquí una bella tarea. 

domenica 26 aprile 2020

conversión

Un tiempo de gracia es también, debe serlo, un tiempo de conversión. A ello he aludido, de alguna manera, anteriormente; hoy quiero centrarme más en ello. 
         Veo que pasan los días, las semanas, desde que estamos recluidos en casa a causa de la pandemia y, como no podía ser menos, la rutina va apoderándose de nuestros sentimientos, de la voluntad, de la inteligencia, incluso de la vida del espíritu. Es por eso, que hoy me pregunto: ¿le estoy sacando todo el partido que debiera a este tiempo de dolor y gracia? 
         Recuerdo con claridad que cuando todo comenzó me hice un propósito serio de conversión a todo nivel: en la vida práctica, en la relación con Dios y en las relaciones con los demás, en el cuidado atento de una multitud de cosas que antes desatendía, de manera particular en el contacto con los más solos y desvalidos. 
         Y bien, ha pasado el tiempo y, si bien es verdad que algo ha cambiado en mí, a veces me invade la sensación de que una sutil inercia se ha ido instalando dentro con el riesgo de volver paulatinamente, inadvertidamente, a “lo de siempre”. 
         Conversión significa, por el contrario, transformación radical. Si nos fijamos por un momento en la palabra, comprobamos que ella está compuesta de un prefijo con (junto o completamente), más versus (vuelto, girado hacia) y el sufijo sion (acción, efecto). Convertirse, pues, implica el efecto activo de algo que nos hace girar completamente en una nueva dirección. Por eso, como decía, sabe a transformación que, obviamente, indica algo que permanece y no algo pasajero. Si la conversión no alcanza esa verdadera transformación, ese giro radical sin vuelta, entonces no es verdadera conversión. Cuando la rutina o la dejadez se posesiona de los primeros impulsos de cambio, quiere decir que la conversión era, en realidad, algo débil, sin raíces, más ficticio que real. 
         Eso es precisamente lo que me preocupa en esta fase de la reclusión. Al final, terminamos acostumbrándonos a todo, incluso a los muertos. Ahora, lo que nos importa es el comienzo de la fase 2, en la cual podremos volver a hacer un mínimo de vida normal. Y retomaremos nuestras mezquindades, nuestros pequeños proyectos, nuestras rencillas, etc. Será muy triste si esto se verificase de verdad. Significaría que no hemos sabido aprovechar la gracia de este kairós (tiempo oportuno, tiempo de Dios), que no hemos logrado transformar la desgracia en gracia (Giovanni Gucci, s.j.) 
         Por todo ello, lo decisivo, a mi entender, es reaccionar inmediatamente contra la insidia de la rutina y la complacencia. En esto, hace falta un poco de sano ascetismo, de renuncia. A menudo se ha pensado que el ascetismo es una suerte de estrategia de ataque contra la corporeidad. Nada más lejos de la verdad, desde luego en el cristianismo. El ascetismo cristiano no va contra la corporeidad, como si ésta fuese un peligro para la vida del espíritu; al contrario, va a favor de la corporeidad en vistas de que pueda cumplir adecuadamente su rol de personalización. El ascetismo, bien entendido, no reprime la corporeidad, antes bien, la libera. Por eso, la visión cristiana de la vida rechaza tanto el espiritualismo como el materialismo a ultranza. 
         En segundo lugar, es fundamental redoblar el compromiso concreto de amor al prójimo, con todas aquellas acciones, pequeñas o grandes, que la creatividad nos sugiera. En esto, es muy importante no dejar pasar las ocasiones, no procrastinar, no dejar para “luego”, un “luego” que suele no volver nunca. Esa llamada a quien sabemos que está mal físicamente o a un anciano conocido hay que hacerla enseguida. Ese mensaje a quien ha perdido un familiar no puede esperar. Ese email a esa persona que nos viene a la mente, de la cual no sabemos nada desde hace años, nos espera hoy, en este instante. Proximidad, cercanía, en la medida de lo posible. 
         Ahora, a raíz de esta pandemia, sabemos mejor como están las cosas en realidad. Esta no es la única crisis infectiva que la humanidad sufre. Hay muchas otras, casi de “curso legal”, que no nos preocupaban porque nos eran ajenas y lejanas. Los expertos las han puesto ante nuestra mirada (ya estaban a ojos vista, pero no las veíamos)y afectan a millones de personas en el mundo: en el 2019, 37,9 millones de personas han sido positivas al virus Hiv; desde el inicio de esta pandemia las personas sieropositivas son 74,9 millones y los muertos de SIDA 32 millones; en el 2018, 3,2 mil millones de personas vivían en áreas de riesgo de transmisión de la malaria, con 219 millones de casos clínicos y 435.000 muertos, 61 % niños menores de 5 años; en el mismo año 2018, 10 millones de personas enfermaron de tuberculosis con más de 1,3 millones de muertos, 11 % de menores. 
  No, es inmoral, que el fin de este período trágico (ojalá llegue pronto) nos pille des-convertidos, “como si nada”. Algo debe cambiar radicalmente en la humanidad, que deberá afrontar trasformaciones estructurales radicales en muchos ámbitos: sanitario, económico, social, político. En el plano antropológico y ético se necesita construir urgentemente un nuevo humanismo. Comencemos por nosotros mismos, por nuestra conversión. 

giovedì 23 aprile 2020

Armonía

De todo lo que dijo ayer el papa en el mensaje para el 50° de la jornada de la tierra me quedo con un concepto: armonía. Una hermosa palabra con múltiples aplicaciones en diferentes ámbitos de la realidad. 
El diccionario etimológico nos dice que la raíz ar que compone la palabra tiene el sentido de adherir, unir, disponer. Muchas palabras contienen tal raíz, como, por ejemplo, aritmética arte. En todas ellas encontramos el mismo sentido de un conjunto proporcionado o concordante, de algo conectado. En el arte, tal proporcionalidad es la que produce la belleza. 
En el campo de las relaciones humanas, la armonía adquiere la connotación de “ir de acuerdo”, no necesariamente como algo superficial, sino en su significado más profundo. Por lo demás, “ir de acuerdo” no significa siempre pensar todos de la misma manera: se pueden tener ideas diferentes acerca de un determinado asunto sin, por ello, perder ese acuerdo esencial. Es más, yo diría que la capacidad de soportar esa diversidad de visiones es lo que revela, precisamente, la fortaleza del acuerdo. En definitiva, la armonía en las relaciones humanas se presenta como el acuerdo fundamental de lo diverso. La uniformidad, en efecto, no es armónica sino amorfa. La forma de las cosas la da la armonía, que consiste en la proporcionalidad de lo diverso. Por eso, el concepto de armonía encuentra, quizás, su máxima aplicación y expresión en el ámbito de la música. 
El papa cuando se refiere a la crisis ecológica habla, pues, de una falta de armonía. Y ha dicho con fuerza que hemos sido nosotros los que hemos destruido el designio armónico del Creador, con nuestra acción destructiva, depredadora, devastadora, motivada fundamentalmente por ciegos intereses económicos o hedonísticos. Esta desarmonía en relación con el ambiente natural pone de manifiesto otra todavía más grave, pues se sitúa en la raíz del problema. Se trata de esa desarmonía que anida en el corazón del hombre, una desarmonía antropológica. Es por eso por lo que el papa emérito Benedicto XVI abogada por una ecología integral que no se centrara únicamente en los problemas del ambiente, sino que, además, tuviera en cuenta la raíz antropológica del problema. Son las malas relaciones entre nosotros, la desarmonía social, la que provoca la desarmonía ambiental. En esto, hay problemáticas que quedan desatendidas porque no son políticamente correctas, como por ejemplo la contradicción entre un ecologismo radical que convive fácilmente con políticas ultrapermisivas en el campo del aborto o de la concepción del final de la vida. No cabe duda de que provocar un aborto es introducir un elemento de desarmonía en el universo de la corporeidad humana. En este sentido, los millones de abortos que se practican todos lo años en el mundo representan un gigantesco drama de ecología humana. 
La enfermedad es también una desarmonía: algo queda fuera de la proporcionalidad del cuerpo humano, algo no va de acuerdo con el sistema cuerpo y puede terminar con romperlo. Por eso cuando no estamos bien decimos: “estoy indispuesto”. Es como decir: he perdido la armonía corporal y no me siento bien. Sin embargo, esta falta de armonía física puede convivir en el hombre con esa otra armonía más honda que nos constituye como personas. Se puede sufrir (estar indispuestos, disarmónicos) en lo físico y conservar la armonía de la corporeidad personalizada que nos caracteriza. Sólo así me explico cómo algunas personas gravemente enfermas que he visitado últimamente trasmitían una belleza singular que me conmovía. 
La armonía, pues, no es ausencia de dolor. El sufrimiento puede hacernos lograr una nueva armonía ya sea en el interior de nuestra estructura personal, ya sea en las relaciones interpersonales. 

mercoledì 22 aprile 2020

Socialidad

En estas semanas de reclusión obligada, constato che las relaciones personales se hacen más intensas. No cabe duda de que la razón principal no es la reclusión misma, sino el drama que estamos viviendo como humanidad. Pero también es cierto que el tener una vida más concentrada desde el punto de vista espacial ayuda, de alguna manera, a la reflexión, al recuerdo de personas lejanas e incluso cercanas con las que queremos compartir lo que vamos viviendo. Además, cuando hacemos uso de los medios que la telemática pone a nuestra disposición para comunicarnos con los demás (en estos días prima sobre todo la aplicación zoom) parece como si el tiempo discurriera más despacio –o será que tenemos más tiempo. Es cierto que nos estamos ahorrando el de los desplazamientos que, en algunos casos, son notorios. En definitiva, si queremos estamos en las mejores condiciones posibles para ir a fondo en las relaciones, para hacerlas más fructuosas, para comunicar aquello que quedaba siempre en los rincones del alma. 
         Una de las experiencias más bonitas que se pueden vivir es sorprender a los otros con un contacto (llamada, correo) que no se esperan. Lo digo con conocimiento de causa. Cuando el ajetreo de las ocupaciones monopoliza los sentimientos y la voluntad, uno de esos contactos podría incluso disturbar. Ahora las cosas son distintas. Parece como si no tuviéramos otra cosa que hacer que atender a esa llamada. Por eso, no queremos desperdiciarla y la custodiamos con cariño. Al final, en el alma queda un regusto dulce que nos llena de alegría. Son momentos para revivir experiencias antiguas, para mentar a conocidos y amigos comunes, para actualizar la unidad de vida, para sentirnos próximos incluso a diez mil km de distancia,  y, como no, para darnos ánimos con respecto a lo que vendrá.
         Más comprometedor puede ser aprovechar ese tiempo aparentemente más dilatado (digo aparentemente porque en realidad no lo es, o no lo es del todo) para arreglar algo que en algún momento se ha torcido en las relaciones interpersonales. Estoy seguro de que a todos nos ha venido a la mente hacerlo. ¡Qué mejor ocasión! Aquí la enemiga mayor es la procrastinación, es decir, esa inveterada manía de encontrar motivos para posponer lo verdaderamente importante.  Hay que luchar contra ella, sobre todo porque hay ocasiones que no vuelven y es una pena haberlas dejado pasar. Nos arrepentiremos cuando sea ya demasiado tarde. 
  En fin, que en estos tiempos mi jornada está llena de los otros más que nunca, aunque viva entre cuatro paredes y cinco personas. Y doy gracias a Dios porque todos los contactos que he tenido –que son muchos– han sido todos significativos. Por todo esto, es verdad lo que dijo alguien: mientras estamos más solos, la socialidad ha aumentado. Hagamos posible que esto sea verdad para todos. 

lunedì 20 aprile 2020

Pacientar

Seguir a Jesús que ha “entrado en paciencia” mientras sube a Jerusalén con los discípulos. Por el camino, ellos se enzarzan en una discusión acerca del poder que les corresponde. Jesús responde con la primacía del servicio. 

Papa Francisco subraya siempre que en la realidad no hay contradicción sino contraste. Por eso, cuando se aborda una determinada cuestión, por espinosa que sea, en la cual caben distintas perspectivas o visiones, lo fundamental es apelar a la realidad y no a las ideas de partida. En eso consiste la diferencia entre discernir (desde la realidad) y discutir (desde las ideas). Lo nuestro es, pues, discernir y no discutir. Lo primero aumenta la unidad, lo segundo agudiza la división. Cuando no se dan las condiciones para el discernimiento lo mejor es detener la discusión y “pacientar”. 

Estos son también tiempos para la paciencia. Cuando escuchamos el boletín diario de contagiados y fallecidos nos angustiamos. La lentitud de la mejoría es realmente desesperante. Por lo demás, la curva decreciente en algunas partes del mundo se corresponde con una  ascendente en otras. Y así cada tarde. Rezamos quizás como nunca lo habíamos hecho, reflexionamos, conversamos con amigos y conocidos a través de la red, tratamos de reforzar la comunión fraterna en casa, leemos las distintas interpretaciones de la crisis desde todas las perspectivas posibles. Y nos armamos de paciencia. 

La palabra paciencia viene del latín patientia, con su raíz en el verto pati, sufrir. Leo en un artículo interesante que en la literatura hebrea la paciencia adquiere a menudo la connotación de un "sufrimiento largo", sostenido. La lengua y la cultura griega, por su parte, habla de "hupomonē", una gran virtud que es sinónimo de resistencia valiente que desafía al mal. 

A mi modo de ver la paciencia tiene que ver con una suerte de contención interior de la persona, un saber estar dentro, en tensión, ya sea que se sufra o no, que representa un estado tremendamente fecundo para la inteligencia y para el espíritu. De hecho, de este estar dentro, en tensión contemplativa, nace la sabiduría, el pensamiento recto y la praxis altruista. Tal contención interior es sin duda favorecida por el sufrimiento que nos concentra, que de alguna manera hace desaparecer el universo exterior. Lo decisivo, cuando a la paciencia va unido el sufrimiento, es que éste no sofoque el espíritu, es decir, ese impulso que es intrínseco a la persona de superarse a sí misma. Por eso, para pacientar es decisivo contar con una mano amiga, con una voz que nos ofrezca una palabra de sosiego y de ánimo. 

En estos tiempos, hay mucha gente que de manera singular está experimentando lo que de verdad significa ese "sufrimiento largo" que parece no tener fin. Muchos otros están resistiendo valientemente al mal, desafiándolo con heroísmo. Lo que a todos nos compete es tender una mano, estar cerca de los más vulnerables, ser esa alma y ese cuerpo próximos que ayudan a pacientar. 

Pacientar es también esperar. De ahí que a la resistencia paciente vaya unida la esperanza que no decae. En este cambio de época hace falta gente que sepa donar esperanza. Urge declinar el "principio esperanza" no en una perspectiva utópica, sino en un sentido ético jalonado por el amor concreto a nuestros semejantes. 


domenica 19 aprile 2020

Amor, verdad y libertad

Jesús no viene a abolir sino a dar cumplimiento (Mt 5, 17). He aquí la actitud cristiana por excelencia, siempre fecundamente relacionada con la tradición, con la historia, y siempre innovadora, proyectada al novum que esa misma tradición contiene, aunque todavía no plenamente expresado.
No es fácil en estos tiempos de progresismo superficial pensar desde tal complejidad de lo histórico. Lo que más vende, en efecto, es una dialéctica sin nervio ni hondura que se impone por efecto de marketing intelectual y propagandístico. El pensar histórico-relacional, por el contrario, requiere pausa, reflexión y una actitud contemplativa que está en las antípodas de la tendencia actual al inmediatismo. Las consecuencias son desastrosas, sobre todo porque se rompen los vínculos más importantes y todo aparece, en fin, desconectado y efímero. Un progresismo inmediatista de este pelaje se me antoja una nueva versión nihilista de la existencia.
El tradicionalismo a ultranza adolece del mismo defecto de a-historicidad, con consecuencias no menos nocivas. Aquí no hay nihilismo puro sino parálisis que deja el campo libre a la imposición y al despotismo. En definitiva, tradicionalismo y progresismo, en sus versiones totalitarias, no dejan lugar a una vida enraizada en el Espíritu. Y esto es lo verdaderamente grave, porque el Espíritu es sinónimo de amor, verdad y libertad (Jn 14, 17). ¿Qué vida auténticamente humana podemos esperar si desparecen de nuestro horizonte el amor, la verdad y la libertad?

Segundo domingo de Pascua, domingo de la divina Misericordia. Y precisamente la misericordia es eso: amor, verdad y libertad. Amor, porque la misericordia representa su máxima expresión: no sólo hacer algo por el otro, sino llevar ese impulso hasta el extremo de asumir lo que el otro no hace y hacerlo por él, en su lugar. Es así como Dios nos ama. Verdad, porque la misericordia desvela el designio de Dios sobre la humanidad y la historia; un designio de comunión donde todo será transfigurado y quedará restablecido. Libertad, porque en el fondo y al final no cuentan nuestros pobres propósitos de bien, irremisiblemente limitados y perdedores, sino el triunfo de la misericordia de Dios en nosotros. 

venerdì 17 aprile 2020

Tiempo para la creatividad del amor

La revista española Vida Nueva ha publicado hoy una meditación que papa Francisco ha mandado a la redacción. El texto no tiene desperdicio. Se nota cómo Francisco tiene un pensamiento global que piensa ya en las consecuencias de la pandemia desde todo punto di vista, sin reducir su acción pastoral a la oración y a la cercanía a las víctimas, que sigue siendo, no obstante, lo más relevante.
         La meditación es un llamado a las conciencias de todos los hombres, y remueve por dentro. Hay un paso que me ha impactado de manera particular. Lo transcribo: «Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que sólo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (AP 21,5)». 
         Hasta aquí el parágrafo que me ha llamado particularmente la atención. Ofrezco a continuación algunos comentarios. 
En primer lugar, lo decisivo –parece decir el papa– es la acción del Espíritu en nuestra mente y en nuestros corazones. Sólo el Espíritu cambia realmente las cosas y hace duraderas las transformaciones. El Espíritu que guía la historia hacia el cumplimiento de los designios de Dios. El Espíritu que, por lo demás, no es sectario: trabaja con todos e impulsa todo lo bueno, provenga de donde provenga. Por eso, el papa dice que urge trabajar “junto a otros”, y en esos otros están todos, no sólo los creyentes, porque desde luego ellos no tienen la exclusiva del Espíritu. En esto el papa parece hablar como lo que actualmente y realmente  es: el único líder mundial con verdadera autoridad. 
         En segundo lugar, Francisco apela a la creatividad y la imaginación. Lo ha hecho constantemente en estas semanas, desde distintos púlpitos. Creatividad e imaginación son indispensables para superar y dejar definitivamente atrás esquemas obsoletos en la gestión de las cosas humanas, cuya precariedad y defectibilidad la crisis actual ha puesto de manifiesto de forma brutal en estas semanas. Se trata de la creatividad de quien piensa en el otro antes que en sí mismo, de quien camina por la vida desprovisto de toda lógica de poder o de acaparamiento egoísta, aquella que busca siempre el proprio provecho, incluso en los momentos más trágicos de la convivencia humana. La creatividad de la que habla el papa se conecta intrínsecamente con la visión que nos da el libro de la Revelación o Apocalipsis: El Señor ha venido para hacer nuevas todas las cosas. 
         Hoy es el tiempo propicio (kairós, en griego) para esa novedad absoluta, quiere transmitir el papa. Este concepto de tiempo, profundamente cargado de resonancias teológicas, nos dice que las cosas suceden siempre a su tiempo, que si vivimos de cara a lo auténtico, a la verdad, nuestra vida no es un simple discurrir (krónos, decían los griegos) sino una serie de eventos que jalonan la pura duración de las cosas y de la existencia. 
Hoy es un tiempo favorable para la creatividad, para dar lo mejor de nosotros mismos, cada uno lo suyo, porque se necesita el concurso de todos en una acción solidaria globalizada que se convierta en el verdadero antivirus de la pandemia. El Papa lo dice con inusitada energía: «No podemos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos». La solidaridad, el amor al prójimo es, pues, un imperativo ético en esta hora del mundo. Se lo debemos a todos los que se han dejado la vida en estos meses, especialmente a los que se han ido en la más absoluta soledad, sin poder sentir el consuelo de sus seres queridos y, quizás, tras una vida totalmente dedicada a los demás. 
         

giovedì 16 aprile 2020

Maria, humanidad realizada


Transcribo hoy algo que escribí hace ya más de una semana. La reflexión se refiere a María.


"En este último viernes de cuaresma, el papa ha recordado a la Virgen dolorosa. Se trata de María dolorosa y desolada que Francisco quiere que permanezca siempre en nuestra mente y en nuestro corazón con su atributo esencial: Madre, madre de la Iglesia, madre de la humanidad. 
         En esta hora del mundo, resulta profundamente consolador invocar a María como madre. Quiero pensar que ella habrá estado cerca sobre todo de aquellos que han muerto solos, sin el consuelo de sus familiares y amigos; de esos ancianos y desvalidos que se han visto privados de cariño de los que más aman en el momento más decisivo de la vida. María habrá encontrado el modo de hacer sentir su presencia amorosa que colma todo vacío, es más, lo sobrepuja. Ella nos ayudará también a sacar provecho de este período dramático: en el presente, sabiendo vivir bien el dolor, la angustia, la impotencia, y profundizando el sentido último de la existencia humana, además de donarnos a los demás, según nuestras posibilidades, y de tomar las medidas necesarias para que lo que se avecina, después de la crisis, no agrave aún más la situación de los más pobres y desfavorecidos; en el futuro próximo, impulsando las trasformaciones indispensables a todo nivel (sanitario, económico, social, político, educativo) que la pandemia ha contribuido a evidenciar, sobre todo por lo que atañe a la utilización y distribución de recursos a nivel mundial, capacidad de enfrentar globalmente los grandes desafíos que enfrenta la humanidad, revisión de estructuras obsoletas y cambio de mentalidades anacronísticas. 
         Yo espero que María, madre de la humanidad, “humanidad realizada”, como decía Chiara, nos dé una mano en la construcción de ese humanismo a la altura de los tiempos que representa hoy la urgencia de fondo sobre la cual basar cualquier otro empeño específico". 



mercoledì 15 aprile 2020

El juicio y la verdad

Voy aprendiendo algunas cosas interesantes de la lectura del libro de Ignace de la Potterie sobre la Pasión según san Juan. 
         En primer lugar, eso que él llama el “dualismo escatológico de Juan”, esto es, el hecho de que para el apóstol no hay términos medios con relación a Jesús: o se acepta la revelación del Padre que ha venido a traer -y que es él mismo- o se la rechaza. Todo su evangelio describe, en efecto, esta lucha entre aceptación y rechazo. Se trata de dos actitudes contrarias en las cuales se juega la vida del hombre. En el contexto de esta decisión fundamental, el mundo se juzga a sí mismo. Es lo que ocurre en la Pasión: el mundo (representado por los judíos) se juzga a sí mismo en el rechazo palmario de Jesús. He aquí lo que de la Potterie llama la “ironía de Juan”, que informa todo su evangelio: mientras la comparecencia de Jesús ante Pilatos aparece como el juicio de Jesús, en realidad quien es juzgado es el mundo que se condena a sí mismo rechazándole. El juicio del mundo con relación a Jesús no ha acabado, es más, la historia de la humanidad parece ser el desarrollo temporal de ese juicio. También hoy. Y no es necesario ponerse explícitamente frente a Jesús para ser actor en ese juicio. Porque lo que Jesús representa no es otra cosa que el bien supremo, el amor incondicional y todos los valores a ello vinculados. El juicio ante Jesús es, pues, el juicio ante el amor. Lo que está en juego es la elección radical del hombre entre el amor o el desamor. Las sesiones de este juicio son cotidianas y se libran en cada uno de nosotros. Al final, habrá una sesión solemne en la que será juzgada la historia entera. Situaciones críticas como las que vivimos en estas semanas son propicias para calar la hondura de los hombres, la urdimbre ética con las que están tejidos. Lo estamos viendo a diario. Hay mezquindades que provocan asco; y heroicidades que provocan llanto. 
         La segunda cosa que he aprendido con la lectura del este gran teólogo belga tiene relación con el tema de la verdad en Juan. Para el apóstol y, en general, para toda la Biblia, la verdad no es algo racional o abstracto, especulativo. La verdad de la que habla Juan –y que es Jesús mismo– se refiere al designio de Dios sobre la humanidad y la historia. Este designio se cumple en Cristo. Con ello volvemos a lo último que decía: el juicio con relación a Jesús se convierte, en Juan, en un juicio ante la verdad. En definitiva, el cumplimiento de la verdad en Jesús coincide con la revelación del Padre como Dios amor que guía nuestra vida y la historia misma. Esta es la verdad. En estos tiempos, tal verdad está siendo puesta a prueba. El mal que nos asola es demasiado fuerte. ¿Cómo hablar de un Dios amor frente a tanta muerte? La muerte, sin embargo, es inexorable. No menos fuerte es la vida que está floreciendo de la muerte. Dios actúa ahí, aunque el todo no deje de ser un enorme misterio.    

lunedì 13 aprile 2020

La cultura de la resurrección (II)

Una cultura de la resurrección es una cultura abierta a la transcendencia que, por lo tanto, escapa de las redes asfixiantes de un inmanentismo radical y absoluto. Éste encierra la existencia humana en un horizonte privo de esperanza, y si a la existencia la privas de la esperanza poco a poco la condenas al desamor. Porque, en efecto, ¿de que sirve amar si todo se perderá irremisiblemente en la nada? En los siglos pasados, especialmente desde mediados del siglo XIX, se ha acusado al cristianismo de posponer la felicidad –entendida también socialmente– al más allá, contraponiendo a esta perspectiva la utopía de una felicidad terrena que las conquistas sociales habrían propiciado tarde o temprano. E. Bloch, el gran pensador marxista alemán, intentó, con su ideal del “principio esperanza”, dar sentido a este horizonte inmanentista, configurándolo  con una visión de la utopía en su sentido más positivo y emancipador. El caso es que, desde el punto de vista existencial, esta perspectiva no convence, entre otras cosas porque, mientras llega la realización de la utopía, a quien le toda pagar el coste de la lucha, no le queda nada, dado que se ha liquidado toda transcendencia. Desde el punto de vista histórico, las sociedades del socialismo real y de Estado, en su desarrollo concreto, socio-político, han desmentido incluso trágicamente esta visión. Basta ver la historia reciente de la Unión Soviética, con su balance de millones de muertos, o la de la china maoísta, con un coste casi igual en vidas humanas.
 Vuelvo a lo que dije anteriormente: sin una esperanza transcendente el hombre y las sociedades se quedan sin amor, en el sentido fuerte y amplio de la palabra, y eso acaba por disminuir hasta anular el compromiso social por una vida mejor. 
La cultura de la resurrección es una cultura del amor que no conoce final, con una concepción de la corporeidad humana que tiende a su consumación en la visión cristiana de “muchos…un solo cuerpo” (1Cor 12,12). Se trata de una visión escatológica que se anticipa ya en la tierra en relaciones sociales presididas por la comunión fraterna. 
El cuerpo humano, como ya dije, es principio de relación, y esta relación no es sólo Inter-personal, sino también social. Una verdadera antropología de la corporeidad abre el espacio para una vida profundamente comprometida desde el punto de vista social. Precisamente, porque la relación que parte de nuestro ser cuerpo tiende a edificar un cuerpo social sano en el que desarrollar nuestra vida. 
Una cultura de la resurrección es una cultura que se traduce en una infinidad de gestos hacia el prójimo plenos de respeto, de compasión, de solidaridad, de fraternidad. Además se convierte en un programa social tendente a edificar estructuras donde la vida humana pueda desarrollarse en pleno consonancia con los principios  de la igualdad y la libertad.
 En definitiva, la cultura de la resurrección es la única cultura a la altura del gran objetivo de toda sociedad, cual es el objetivo de la dignidad humana
La transcendencia no es un horizonte que está más allá de la historia. Como dice X. Zubiri, Dios no es transcendente al hombre sino transcendente en el hombre. La resurrección de Cristo es una realidad operante en nuestras vidas ya ahora. Toda mujer y todo hombre que ama de verdad está poniendo en juego esa fuerza cósmica que todo lo informa y que presiona sobre el universo en orden a su transformación definitiva, o mejor, en orden a su transfiguración. 
La cultura de la resurrección es un imperativo ético, y no solo religioso, en el drama existencial y social que nos toca vivir en este tiempo de pandemia. 

domenica 12 aprile 2020

La cultura de la Resurrección

Domingo de resurrección. Es uno de los domingos más hermosos del año sino el que más. Lo que festejamos los creyentes es un hecho portentoso que supera los parámetros de los hechos históricos. Tan es así que nadie pudo presenciarlo. Lo que vieron las mujeres –las primeras en hacerlo–, no fue el hecho mismo, sino lo que vino inmediatamente después, esto es, la aparición del Resucitado. Él ya estaba en otra dimensión espacio-temporal, pero quiso hacer el don de aparecer para confirmar la fe de los discípulos, comenzando por las mujeres, que podían acoger el don sin prevenciones críticas, sencillamente porque aman más. Un corazón enamorado no para mientes ni se detiene en críticas estériles. 
         ¡Cómo resuena alegre el anuncio que Él está vivo, que era verdad que el Padre lo habría resucitado, que habría vencido a la muerte definitivamente! Y quien aparece no es un fantasma, es Jesús con un cuerpo nuevo, primicia de lo que nos espera. Desde entonces, es cierto que ya no está en el espacio ni en el tiempo, porque ahora los contiene a ambos. La posición de Cristo ha cambiado en la realidad: ahora, su acción de unificarlo todo es más potente y profunda que cuando se movía entre nosotros. Desde aquel domingo de pascua, el primero de la historia, el Resucitado está atrayendo a sí a todo lo creado hasta la consumación de los tiempos, que no será otra cosa que la entrada de la creación en el universo de ese nuevo cielo y esa nueva tierra que preconiza el libro del Apocalipsis. Con su victoria de amor en la cruz y con el don de la Resurrección, Cristo ha inyectado en todo, pero especialmente en el corazón humano, una inusitada energía resurreccional que espera únicamente la acción colaboradora del hombre.
         Quiero pensar que las personas que han fallecido en estas semanas a causa del Covid19 lo han hecho cual semilla de grano que muere para resucitar en nuevo fruto. La resurrección requiere todavía, en la historia que estamos discurriendo, este paso envuelto en drama y sufrimiento. Sin embargo, tantas cosas nos demuestran que la energía de vida que tiende a la superación de la muerte es más fuerte. El amor al que asistimos a diario es más fuerte. El ansia de felicidad es más fuerte. La amistad que traspasa fronteras es más fuerte. La alegría que otorga una vida sencilla es más fuerte. La compasión ante el sufrimiento ajeno es más fuerte. El dar la vida gratuitamente es más fuerte. El deseo de unidad es más fuerte. La capacidad de transformar el dolor en amor es más fuerte. Todas estas fortalezas forman parte de una cultura de la resurrección que está ya presente entre nosotros y que anhela una consumación. 
         En la construcción de una cultura de la resurrección no estamos solos. No es un acto de voluntarismo angustiado. Hay alguien que nos precede y acompaña: El resucitado, el que se apareció a María Magdalena y a la otra María, con esa ternura que sólo la relación entre el hombre y la mujer desvela. Hasta en esto Jesús se mostró profundamente humano. 

Feliz domingo de Resurrección. 

sabato 11 aprile 2020

Día de silencio y esperanza

Sábado santo. En este día meditamos especialmente dos misterios: la bajada de Jesús a los infiernos y la desolación de María. 
Desde el punto de vista teológico, este sábado ha dado mucho que hablar. No es fácil penetrar en profundidad su significado, aunque a todas luces se presenta rico de matices y de simbología. En general, se suele entender que la bajada de Jesús a los infiernos tiene el sentido de la total y radical experiencia de la muerte por parte de Jesús. Jesús muere de verdad y en eso se hace solidario con todos los mortales, con cada uno de nosotros. Por eso, Jesús desciende a los infiernos de la muerte, de la disolución del yo. Pero no baja para quedarse allí, sino para rescatarnos definitivamente de sus lazos y de su opresión. Lo dice magníficamente una antigua homilía sobre “el santo y glorioso sábado”:
         “¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a loa región de los muertos. 
         […] El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz “. 
         A la luz de este texto, realmente profundo e inspirado, se comprende porqué el sábado santo es un día de silencio y espera. Hermosa la imagen que Jesús baja a los infiernos con el arma victoriosa de la cruz. En efecto, la victoria sobre la muerte comienza en el calvario y culmina con la resurrección. Llevar bien la cruz e, por tanto, empezar a vencer. 
         Pienso en todos los que han muerto en estas semanas. Su muerte en medio del sufrimiento y la soledad es la muerte de Cristo y Cristo ha empezado a vencer en ellos. En el silencio de este día, rezo por todos ellos con la esperanza en la resurrección. 
         María, por su parte, está desolada. El hijo de sus entrañas, al que dio vida y que tanta vida le dio a ella, ha muerto. Ella lo sabe porque lo ha tenido exánime, cadáver, entre sus brazos. Pero ella es la madre de la esperanza que no desfallece y nadie como ella sabe quién es su hijo y el destino que le espera, en el cual se cifra el destino de todos nosotros. 
         Pienso en todas las madres que en estos días, y siempre,  han sufrido la pérdida de sus hijos o de sus maridos. Pienso en todas las madres que han muerto solas. María ha vivido la desolación más atroz, entre otras cosas porque ha tenido entre sus brazos a un hijo martirizado que, siendo Dios, no ha querido sustraerse al aguijón de la muerte, y qué muerte. El cordero degollado, inocente. 
         La humanidad vive hoy un tremendo y dramático sábado santo. Es así porque en medio de la tragedia de la pandemia todavía estamos esperando el alba de la resurrección. Sabemos que llegará, pero la espera se hace larga. En la inquietud del tiempo humano, los “tres días” se están haciendo eternos. Entre otras cosas, porque aún hay mucha gente, demasiada, en el calvario. 
         Vuelvo a esa antigua homilía que tanto nos ayuda a vivir lo esencial de este día. Es consolador lo que Jesús nos quiere decir en esta hora:

         “Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. 
         […] Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos”.

Buen sábado santo de silencio y esperanza. 

venerdì 10 aprile 2020

Un regalo de Gabriela Mistral para este día

Poesia de *Gabriela Mistral, Premio Nobel de  Literatura 1945*:

¡De qué quiere Usted la imagen? Preguntó el imaginero: 
Tenemos santos de pino,
Hay imágenes de yeso,
Mire este Cristo yacente,
Madera de puro cedro,
Depende de quién la encarga,
Una familia o un templo,
O si el único objetivo
Es ponerla en un museo.

Déjeme, pues, que le explique,
Lo que de verdad deseo.

Yo necesito una imagen
De Jesús El Galileo,
Que refleje su fracaso
Intentando un mundo nuevo,
Que conmueva las conciencias
Y cambie los pensamientos,
Yo no la quiero encerrada
En iglesias y conventos.

Ni en casa de una familia
Para presidir sus rezos,
No es para llevarla en andas
Cargada por costaleros,
Yo quiero una imagen viva
De un Jesús Hombre sufriendo,
Que ilumine a quien la mire
El corazón y el cerebro.

Que den ganas de bajarlo
De su cruz y del tormento,
Y quien contemple esa imagen
No quede mirando un muerto,
Ni que con ojos de artista
Sólo contemple un objeto,
Ante el que exclame admirado
¡Qué torturado mas bello!.

Perdóneme si le digo,
Responde el imaginero,
Que aquí no hallará  seguro
La imagen del Nazareno.

Vaya a buscarla en las calles
Entre las gentes sin techo,
En hospicios y hospitales
Donde haya gente muriendo
En los centros de acogida
En que abandonan a viejos,
En el pueblo marginado,
Entre los niños hambrientos,
En mujeres maltratadas,
En personas sin empleo.

Pero la imagen de Cristo
No la busque en los museos,
No la busque en las estatuas,
En los altares y templos.

Ni siga en las procesiones
Los pasos del Nazareno,
No la busque de madera,
De bronce de piedra o yeso,
¡mejor busque entre los pobres
Su imagen de carne y hueso¡

La verdadera pasión

Viernes santo, viernes de pasión. La verdadera pasión, en estos días, es la que tanta gente vive en los hospitales o en los asilos de ancianos o simplemente en sus casas, aquejadas del Covid19 o del virus de la soledad. Ellos son los que más se identifican con Jesús en sus padecimientos. La carta a los hebreos dice que Cristo ha anulado el pecado mediante el sacrificio de sí mismo (cf Eb 9,27). A este sacrifico se unen todos aquellos que están sufriendo en su carne el ataque de esta misteriosa enfermedad que ha tocado a la humanidad entera. El suyo es verdaderamente un sacrificio redentor. Muchos lo están viviendo explícitamente con este espíritu de ofrecimiento sacrificial, no tanto porque lo hayan buscado o querido, sino sencillamente porque han acogido lo que les ha llegado como una posibilidad ulterior de dar la vida, de amar ofreciendo. Esta noche, cuando seguiré el via crucis del papa en San Pedro, me acordaré de forma especial de todos ellos, de todos aquellos que viven su via crucis particular en nombre de todos nosotros.

Pienso nuevamente en la realidad de esa estructura corporal que es típicamente humana y que no podemos eludir so pena de desnaturalizar radicalmente nuestra condición. Sin duda, el viernes santo es un día propicio para reflexionar sobre ello. En efecto, en este día meditamos esos momentos, en el decurso existencial del Verbo encarnado, en los cuales viene más en evidencia hasta qué punto la asunción de nuestra carne mortal por parte suya fue algo real.

La carne, su concepto y sobre todo su realidad representa la mediación fundamental de la vida. Toda la vida, en nosotros, pasa por la carne aunque no se reduzca a ella. La carne es la estructura real del yo que camina hacia su realización personal emplazado por el tiempo, es decir, en el tiempo que se nos concede, que nos es dado. Se trata de una estructura de extrema fragilidad, como experimentó, vio y conceptuó quizás como nadie el gran Pascal, que en la carne sufrió toda su vida. Extrema fragilidad que nos cuesta aceptar y que, sin embargo, significa una chance de formidable magnitud y fecundidad para la exaltación de lo humano. Y es cierto, porque muchas veces es de esa fragilidad de la que nace lo mejor de nosotros mismos. Lo demuestra el arte en todas sus formas, el mundo del pensamiento y de la cultura, la ciencia, pero, sobre todo, el ingente cúmulo de gestos humanos heroicos en favor de los demás que pueblan lo mejor de la historiografía mundial. Basta pensar en la reacción de la gente cuando ocurren desastres naturales, como inundaciones, terremotos, etc. Todo esto nace de la fragilidad humana.

La fragilidad humana es fuente de solidaridad, de fraternidad, de amor puro. La fragilidad nos acerca y nos une, saca lo mejor de nosotros.  Es bueno que reflexionemos con hondura sobre esta condición nuestra, tan a contracorriente en esta época en la que se insinua con su atracción adulatoria el datismo (la nueva ciencia de los algoritmos) y el transhumanismo, ideologías que, en definitiva, intentan superar nuestra condición corporea, con un coste altísimo: el descarte de la relacionalidad y del misterio.

Jesús se muestra extremadamente frágil en este día, un viernes que rememora aquel viernes de hace dos mil años. Experimenta el martirio físico hasta extremos inenarrables: flagelación, coronación de espinas, carga de la cruz, crucifixión. Vive todo ello en la humillación espiritual más profunda, en el estrés de la duda y el miedo (Getsemaní), en el escarnio colectivo, en el abandono de todos, incluso del Padre, en la soledad de la muerte.

Jesús vive todo esto con amor y en el amor. Y es precisamente el amor, ese inaudito y gigantesco acto de amor, lo que nos desvela y alumbra un alba nueva.

¿Cómo no amar a un Dios así? ¿Cómo no agradecerle por la elevación de nuestra dignidad corporal a cotas tan elevadas? ¿Cómo no darle las gracias por hacer exaltado hasta tal punto nuestra fragilidad? ¿Cómo no alabarle por haberse hecho tan cercano y por habernos acercado tanto los unos a los otros?

Buen viernes santo a todos.




giovedì 9 aprile 2020

Celebrar el amor

Hoy es jueves santo: la fiesta del amor. No podremos asistir a los oficios ni rezar la "hora santa". Lo sabemos bien: este triduo pascual será distinto al de otros años, pero no por ello menos intenso, es más, seguramente lo viviremos mejor, con más conciencia de lo que celebramos. 

El jueves santo, primer día del triduo, es un día muy rico desde el punto de vista litúrgico y celebrativo. La Iglesia rememora la última cena, es decir, la institución de la eucaristía; el mandamiento del amor recíproco y del servicio (lavado de los pies); el sacramento del orden o sacerdocio.

En el contexto de lo que vivimos en esta hora histórica como humanidad, todo este ritual -que es mucho más que un ritual, obviamente- adquiere un significado especial. 

El amor recíproco pone en evidencia la única opción digna, la única actitud que hoy puede estar a la altura de los tiempos: el servicio desinteresado a los hermanos, la donación radical al otro hasta dar la vida. Es lo que están haciendo muchísimas personas en los hospitales, en las calles, en las farmacias, en lo asilos de ancianos, en los supermercados, en los centros de Caritas, en los laboratorios, y un largo etc. 

En este Kairos (tiempo oportuno, justo) que la humanidad vive, el mandamiento de Jesús se revela como la única medicina capaz de sanar el mal a la raíz; el único imperativo ético radicalmente asentado en lo profundo del alma humana. El amor recíproco es el único camino que crea verdaderamente la ecumene global en la cual humanidad encuentra el cumplimiento de su vocación primigenia. 

La institución de la eucaristía da cuerpo a lo que el amor recíproco realiza. Y esto es así porque somos cuerpo y la corporeidad es nuestra manera de estar en el mundo. La corporeidad nos pone en relación con los demás y tiende intrínsecamente a una expansión universal: muchos un solo cuerpo, sin que ninguno pierda su individualidad, todo lo contrario, la vea intensificada y transfigurada en esa corporeidad universal. Michel Henry, gran filósofo francés, habla a este respecto del surgimiento de "una persona común de la humanidad". Y Teilhard de Chardin, con este típico lenguaje suyo, repleto de resonancias místicas, afirma: "Todas las comuniones de una vida forman una sola comunión. Todas las comuniones de todos los hombres actualmente vivientes forman una sola comunión. Todas las comuniones de todos los hombres presentes, pasados y futuros forman una sola comunión".

En este Kairos que vivimos como tiempo de gracia, podemos redescubrir la eucaristía como ese sacramento que nos hace verdaderamente un solo cuerpo y, aunque no podamos acercarnos a la comunión eucarística, podemos sentir que somos uno, un solo cuerpo con quien accede a ella, porque todas las comuniones son una sola comunión. De este modo, misteriosamente pero realmente, cada uno de nosotros sostiene a quien en estas horas lucha contra la enfermedad en su cuerpo o asistiendo a los cuerpos de sus semejantes. Todos juntos caminamos hacia esa comunión escatológica que hará de nosotros un solo cuerpo en Cristo en la consumación de los tiempos. Cada sufrimiento presente es una potencia de disminución (Teilhard) que forja algo nuevo, una semilla que muere para dar un nuevo fruto. 

El sacramento del sacerdocio hay que verlo a la luz del lavatorio de los pies. No se trata de una dignidad que eleva, sino todo lo contrario, de una posición que abaja en cuanto sirve, porque, efectivamente, es solo servicio. Por lo demás, el único verdadero sacerdocio, como dice la carta a los hebreos, es el sacerdocio real de todos los fieles en cuanto participación al sacerdocio de Cristo. 

En este Kairos epocal, veo a los enfermos y a médicos y enfermeros como los verdaderos sacerdotes del presente. Ello realizan ese sacrificio "agradable a Dios" que redime porque se une, en su esencia, al sacrificio de Cristo. 

Termino con un paso de la homilía de Melitón de Sardes, obispo, que propone la lectura del oficio de hoy:

"Los profetas predijeron muchas cosas sobre el misterio pascual, que es el mismo Cristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino del cielo a la tierra para remediar los sufrimientos del hombre; se hizo hombre en el seno de la Virgen, y de ella nació como hombre; cargó con los sufrimientos del hombre, mediante su cuerpo, sujeto al dolor, y destrúyelos padecimientos de la carne, y él, que era inmortal por el Espíritu, destruyó, el poder de la muerte que nos tenía bajo su dominio". 

¡Buen Jueves Santo a todos!

mercoledì 8 aprile 2020

Salir de la noche


         Estamos ya de lleno en la Semana Santa, esperando con alegría el Triduo Pascual. Me he propuesto dedicar sobre todo esos días a la oración y a la comunión con los hermanos. Eso significa trabajar menos y poner atención a las distracciones «mundanas»
         El libro de Ignace de la Potterie es realmente magnífico. Hoy he leído algunas páginas sobre la traición de Judas. Dice el texto: «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). La interpretación de san Agustín y de otros padres de la Iglesia es que la noche la llevaba Judas dentro. No sólo era de noche, sino que la que salió de la sala llena de luz del cenáculo era la noche misma. La noche de la traición, de la manipulación (este he pensado siempre que ha sido el pecado de Judas), del desamor. 
         Muchas veces también yo soy la noche. Lo noto dentro de mí. Todo se oscurece, el pensamiento se enreda, el corazón se turba y al alma se asoma la angustia. En esas circunstancias uno se encierra en sí mismo y el sol del amor desaparece del horizonte. La única forma de salir del embrollo es retomar el camino del amor con gestos concretos. Es sencillo. Se necesita sólo una violencia inicial, después todo discurre con facilidad. 
         Esta noche de la que habla san Juan, refiriéndose a Judas, es distinta de la noche del espíritu de los místicos. Esta otra es una oscuridad paradojalmente llena de luz, solo que el alma no ve. La fuerza de la luz de Dios es tal que ciega los sentidos del alma y ésta tendrá que acostumbrarse a tal resplandor para poder vencer la impresión de no ver. 
         Hoy en día vivimos una gran noche como humanidad. Ciertamente, hay muchos hombres-noche, como Judas, pero el grueso de la humanidad, en virtud de la pandemia, ha caído en la oscuridad sin poder ver ni entender. Hay muchos hombres y mujeres-faro que iluminan la penumbra: son todos aquellos que están muriendo o luchando contra la enfermedad con dignidad; todos los que dan la vida concretamente en los hospitales o en los laboratorios, cuidando la seguridad en las calles, atendiendo en la supermercados, asistiendo a los enfermos, fabricando mascarillas, etc., etc.. Con todos ellos estamos construyendo una humanidad mejor, más solidaria y fraterna. Poco a poco, entre todos, iremos comprendiendo el significado que esta prueba esconde detrás de su drama. Una prueba de sentido es la puerta hacia una nueva era de sabiduría. Todos lo deseamos. Mientras tanto, es tiempo de ejercitar la compasión en el sentido más pleno y profundo de la palabra.