venerdì 10 aprile 2020

La verdadera pasión

Viernes santo, viernes de pasión. La verdadera pasión, en estos días, es la que tanta gente vive en los hospitales o en los asilos de ancianos o simplemente en sus casas, aquejadas del Covid19 o del virus de la soledad. Ellos son los que más se identifican con Jesús en sus padecimientos. La carta a los hebreos dice que Cristo ha anulado el pecado mediante el sacrificio de sí mismo (cf Eb 9,27). A este sacrifico se unen todos aquellos que están sufriendo en su carne el ataque de esta misteriosa enfermedad que ha tocado a la humanidad entera. El suyo es verdaderamente un sacrificio redentor. Muchos lo están viviendo explícitamente con este espíritu de ofrecimiento sacrificial, no tanto porque lo hayan buscado o querido, sino sencillamente porque han acogido lo que les ha llegado como una posibilidad ulterior de dar la vida, de amar ofreciendo. Esta noche, cuando seguiré el via crucis del papa en San Pedro, me acordaré de forma especial de todos ellos, de todos aquellos que viven su via crucis particular en nombre de todos nosotros.

Pienso nuevamente en la realidad de esa estructura corporal que es típicamente humana y que no podemos eludir so pena de desnaturalizar radicalmente nuestra condición. Sin duda, el viernes santo es un día propicio para reflexionar sobre ello. En efecto, en este día meditamos esos momentos, en el decurso existencial del Verbo encarnado, en los cuales viene más en evidencia hasta qué punto la asunción de nuestra carne mortal por parte suya fue algo real.

La carne, su concepto y sobre todo su realidad representa la mediación fundamental de la vida. Toda la vida, en nosotros, pasa por la carne aunque no se reduzca a ella. La carne es la estructura real del yo que camina hacia su realización personal emplazado por el tiempo, es decir, en el tiempo que se nos concede, que nos es dado. Se trata de una estructura de extrema fragilidad, como experimentó, vio y conceptuó quizás como nadie el gran Pascal, que en la carne sufrió toda su vida. Extrema fragilidad que nos cuesta aceptar y que, sin embargo, significa una chance de formidable magnitud y fecundidad para la exaltación de lo humano. Y es cierto, porque muchas veces es de esa fragilidad de la que nace lo mejor de nosotros mismos. Lo demuestra el arte en todas sus formas, el mundo del pensamiento y de la cultura, la ciencia, pero, sobre todo, el ingente cúmulo de gestos humanos heroicos en favor de los demás que pueblan lo mejor de la historiografía mundial. Basta pensar en la reacción de la gente cuando ocurren desastres naturales, como inundaciones, terremotos, etc. Todo esto nace de la fragilidad humana.

La fragilidad humana es fuente de solidaridad, de fraternidad, de amor puro. La fragilidad nos acerca y nos une, saca lo mejor de nosotros.  Es bueno que reflexionemos con hondura sobre esta condición nuestra, tan a contracorriente en esta época en la que se insinua con su atracción adulatoria el datismo (la nueva ciencia de los algoritmos) y el transhumanismo, ideologías que, en definitiva, intentan superar nuestra condición corporea, con un coste altísimo: el descarte de la relacionalidad y del misterio.

Jesús se muestra extremadamente frágil en este día, un viernes que rememora aquel viernes de hace dos mil años. Experimenta el martirio físico hasta extremos inenarrables: flagelación, coronación de espinas, carga de la cruz, crucifixión. Vive todo ello en la humillación espiritual más profunda, en el estrés de la duda y el miedo (Getsemaní), en el escarnio colectivo, en el abandono de todos, incluso del Padre, en la soledad de la muerte.

Jesús vive todo esto con amor y en el amor. Y es precisamente el amor, ese inaudito y gigantesco acto de amor, lo que nos desvela y alumbra un alba nueva.

¿Cómo no amar a un Dios así? ¿Cómo no agradecerle por la elevación de nuestra dignidad corporal a cotas tan elevadas? ¿Cómo no darle las gracias por hacer exaltado hasta tal punto nuestra fragilidad? ¿Cómo no alabarle por haberse hecho tan cercano y por habernos acercado tanto los unos a los otros?

Buen viernes santo a todos.




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