En estas semanas de reclusión obligada, constato che las relaciones personales se hacen más intensas. No cabe duda de que la razón principal no es la reclusión misma, sino el drama que estamos viviendo como humanidad. Pero también es cierto que el tener una vida más concentrada desde el punto de vista espacial ayuda, de alguna manera, a la reflexión, al recuerdo de personas lejanas e incluso cercanas con las que queremos compartir lo que vamos viviendo. Además, cuando hacemos uso de los medios que la telemática pone a nuestra disposición para comunicarnos con los demás (en estos días prima sobre todo la aplicación zoom) parece como si el tiempo discurriera más despacio –o será que tenemos más tiempo. Es cierto que nos estamos ahorrando el de los desplazamientos que, en algunos casos, son notorios. En definitiva, si queremos estamos en las mejores condiciones posibles para ir a fondo en las relaciones, para hacerlas más fructuosas, para comunicar aquello que quedaba siempre en los rincones del alma.
Una de las experiencias más bonitas que se pueden vivir es sorprender a los otros con un contacto (llamada, correo) que no se esperan. Lo digo con conocimiento de causa. Cuando el ajetreo de las ocupaciones monopoliza los sentimientos y la voluntad, uno de esos contactos podría incluso disturbar. Ahora las cosas son distintas. Parece como si no tuviéramos otra cosa que hacer que atender a esa llamada. Por eso, no queremos desperdiciarla y la custodiamos con cariño. Al final, en el alma queda un regusto dulce que nos llena de alegría. Son momentos para revivir experiencias antiguas, para mentar a conocidos y amigos comunes, para actualizar la unidad de vida, para sentirnos próximos incluso a diez mil km de distancia, y, como no, para darnos ánimos con respecto a lo que vendrá.
Más comprometedor puede ser aprovechar ese tiempo aparentemente más dilatado (digo aparentemente porque en realidad no lo es, o no lo es del todo) para arreglar algo que en algún momento se ha torcido en las relaciones interpersonales. Estoy seguro de que a todos nos ha venido a la mente hacerlo. ¡Qué mejor ocasión! Aquí la enemiga mayor es la procrastinación, es decir, esa inveterada manía de encontrar motivos para posponer lo verdaderamente importante. Hay que luchar contra ella, sobre todo porque hay ocasiones que no vuelven y es una pena haberlas dejado pasar. Nos arrepentiremos cuando sea ya demasiado tarde.
En fin, que en estos tiempos mi jornada está llena de los otros más que nunca, aunque viva entre cuatro paredes y cinco personas. Y doy gracias a Dios porque todos los contactos que he tenido –que son muchos– han sido todos significativos. Por todo esto, es verdad lo que dijo alguien: mientras estamos más solos, la socialidad ha aumentado. Hagamos posible que esto sea verdad para todos.
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