domenica 19 aprile 2020

Amor, verdad y libertad

Jesús no viene a abolir sino a dar cumplimiento (Mt 5, 17). He aquí la actitud cristiana por excelencia, siempre fecundamente relacionada con la tradición, con la historia, y siempre innovadora, proyectada al novum que esa misma tradición contiene, aunque todavía no plenamente expresado.
No es fácil en estos tiempos de progresismo superficial pensar desde tal complejidad de lo histórico. Lo que más vende, en efecto, es una dialéctica sin nervio ni hondura que se impone por efecto de marketing intelectual y propagandístico. El pensar histórico-relacional, por el contrario, requiere pausa, reflexión y una actitud contemplativa que está en las antípodas de la tendencia actual al inmediatismo. Las consecuencias son desastrosas, sobre todo porque se rompen los vínculos más importantes y todo aparece, en fin, desconectado y efímero. Un progresismo inmediatista de este pelaje se me antoja una nueva versión nihilista de la existencia.
El tradicionalismo a ultranza adolece del mismo defecto de a-historicidad, con consecuencias no menos nocivas. Aquí no hay nihilismo puro sino parálisis que deja el campo libre a la imposición y al despotismo. En definitiva, tradicionalismo y progresismo, en sus versiones totalitarias, no dejan lugar a una vida enraizada en el Espíritu. Y esto es lo verdaderamente grave, porque el Espíritu es sinónimo de amor, verdad y libertad (Jn 14, 17). ¿Qué vida auténticamente humana podemos esperar si desparecen de nuestro horizonte el amor, la verdad y la libertad?

Segundo domingo de Pascua, domingo de la divina Misericordia. Y precisamente la misericordia es eso: amor, verdad y libertad. Amor, porque la misericordia representa su máxima expresión: no sólo hacer algo por el otro, sino llevar ese impulso hasta el extremo de asumir lo que el otro no hace y hacerlo por él, en su lugar. Es así como Dios nos ama. Verdad, porque la misericordia desvela el designio de Dios sobre la humanidad y la historia; un designio de comunión donde todo será transfigurado y quedará restablecido. Libertad, porque en el fondo y al final no cuentan nuestros pobres propósitos de bien, irremisiblemente limitados y perdedores, sino el triunfo de la misericordia de Dios en nosotros. 

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