Voy aprendiendo algunas cosas interesantes de la lectura del libro de Ignace de la Potterie sobre la Pasión según san Juan.
En primer lugar, eso que él llama el “dualismo escatológico de Juan”, esto es, el hecho de que para el apóstol no hay términos medios con relación a Jesús: o se acepta la revelación del Padre que ha venido a traer -y que es él mismo- o se la rechaza. Todo su evangelio describe, en efecto, esta lucha entre aceptación y rechazo. Se trata de dos actitudes contrarias en las cuales se juega la vida del hombre. En el contexto de esta decisión fundamental, el mundo se juzga a sí mismo. Es lo que ocurre en la Pasión: el mundo (representado por los judíos) se juzga a sí mismo en el rechazo palmario de Jesús. He aquí lo que de la Potterie llama la “ironía de Juan”, que informa todo su evangelio: mientras la comparecencia de Jesús ante Pilatos aparece como el juicio de Jesús, en realidad quien es juzgado es el mundo que se condena a sí mismo rechazándole. El juicio del mundo con relación a Jesús no ha acabado, es más, la historia de la humanidad parece ser el desarrollo temporal de ese juicio. También hoy. Y no es necesario ponerse explícitamente frente a Jesús para ser actor en ese juicio. Porque lo que Jesús representa no es otra cosa que el bien supremo, el amor incondicional y todos los valores a ello vinculados. El juicio ante Jesús es, pues, el juicio ante el amor. Lo que está en juego es la elección radical del hombre entre el amor o el desamor. Las sesiones de este juicio son cotidianas y se libran en cada uno de nosotros. Al final, habrá una sesión solemne en la que será juzgada la historia entera. Situaciones críticas como las que vivimos en estas semanas son propicias para calar la hondura de los hombres, la urdimbre ética con las que están tejidos. Lo estamos viendo a diario. Hay mezquindades que provocan asco; y heroicidades que provocan llanto.
La segunda cosa que he aprendido con la lectura del este gran teólogo belga tiene relación con el tema de la verdad en Juan. Para el apóstol y, en general, para toda la Biblia, la verdad no es algo racional o abstracto, especulativo. La verdad de la que habla Juan –y que es Jesús mismo– se refiere al designio de Dios sobre la humanidad y la historia. Este designio se cumple en Cristo. Con ello volvemos a lo último que decía: el juicio con relación a Jesús se convierte, en Juan, en un juicio ante la verdad. En definitiva, el cumplimiento de la verdad en Jesús coincide con la revelación del Padre como Dios amor que guía nuestra vida y la historia misma. Esta es la verdad. En estos tiempos, tal verdad está siendo puesta a prueba. El mal que nos asola es demasiado fuerte. ¿Cómo hablar de un Dios amor frente a tanta muerte? La muerte, sin embargo, es inexorable. No menos fuerte es la vida que está floreciendo de la muerte. Dios actúa ahí, aunque el todo no deje de ser un enorme misterio.
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