La Pontificia Academia para la Vida acaba de publicar un formidable documento a propósito de la pandemia: “Pandemia y fraternidad universal”. El objetivo viene delineado desde los primeros compases: contribuir a “adquirir una mayor profundidad de visión, así como una mayor responsabilidad en la contribución reflexiva al significado y los valores del humanismo”. El documento pretende ser, y lo logra, una ayuda para ir en profundidad en esta crisis sanitaria y de todo orden que estamos viviendo. Digo de todo orden porque, evidentemente, se trata también de una crisis antropológica de gran calado, además de social y política.
Subraya algunos elementos fundamentales de la condición humana, a menudo olvidados, que esta pandemia está poniendo de manifiesto, como la precariedad de la existencia, el excesivo optimismo de nuestra previsiones y proyecciones de carácter científico y tecnológico, o el hecho, por lo demás obvio, de que no somos dueños de nuestro destino. Pone énfasis en el hecho de la interconexión entre los seres humanos, indicando que esta interdependencia es aún mayor en la vulnerabilidad que en la eficiencia. Hace un llamado a desterrar cualquier visión ideológica que nos impida afrontar con clarividencia el hecho inexorable de la muerte, sin que esto signifique caer en el abismo de la desesperanza, pues si es verdad que nuestra vida es siempre mortal, “esperamos que el misterio del amor sobre el que ésta reside no lo sea”.
El documento insta a tomar conciencia de la reciprocidad que caracteriza a la persona y, por lo tanto, de la necesidad de vivir realmente los unos por los otros. Enseguida llama la atención sobre dos formas de pensar que, en esta hora dramática, muestran más que nunca sus falencias: “Mi libertad termina donde comienza la del otro”, que, en el fondo, esconde un supremacismo inaceptable, dado que no todos pueden ejercer su libertad de la misma manera; “Mi vida depende exclusivamente de mí”, lo cual implica desconocer que no haya nada nuestro que no comporte implicancia para los demás. En efecto, “la coexistencia de lo libre e igual es un tema exquisitamente ético, no técnico”.
Más adelante, el documento tiene palabras para todas las personas que estas semanas están dando la vida por todos nosotros, protegiendo y alimentando la fraternidad. Y no se refiere únicamente al personal sanitario o los encargados de mantener el orden público, sino también a madres y padres de familia, voluntarios, responsables de comunidades religiosas, sacerdotes, etc.
Decisiva, a mi entender, la alusión a no caer en la tentación de dar respuestas políticas que, en definitiva, miran más a intereses nacionales que internacionales, Y esto incumbe también a la Unión Europea, puesta en jaque en estas horas.
Si bien es cierto, señala, que la dimensión científica del problema es fundamental y básica, ésta, sin embargo, no es la única a tener en cuenta. Se hace necesario, por ello, una “alianza entre la ciencia y el humanismo”. Esta pandemia se vence únicamente con “los anticuerpos de la solidaridad”.
En un pasaje fundamental, desde el punto de vista antropológico, el documento pone el dedo en una de las llagas más dolorosas del proceso que estamos viviendo, es decir, la “decisión” acerca de la vida de los demás: “la decisión no se puede basar en una diferencia en el valor de la vida humana y la dignidad de cada persona, que siempre son iguales y valiosísimas. La decisión se refiere más bien a la utilización de los tratamientos de la mejor manera posible en función de las necesidades del paciente, es decir, de la gravedad de la enfermedad y de su necesidad de tratamiento, y a la evaluación de los beneficios clínicos que el tratamiento puede lograr, en términos de pronóstico. La edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de elección, ya que si fuera así se podría caer en un comportamiento discriminatorio hacia los ancianos y los más frágiles”.
El documento, ya hacia el final -no por ello menos decisivo- habla de favorecer una revisión de algunas temáticas fundamentales en el campo de la salud: el equilibrio entre enfoque preventivo y el terapéutico y entre la medicina individual y la dimensión colectiva. Potente la interpelación a caminar decididamente hacia “una coordinación mundial de los sistemas de salud” y, en el campo de la información, a la superación de el riesgo de una “infodemia” de consecuencias deletéreas.
En su dimensión más religiosa, el documento emplaza a prestar atención a los más débiles, esto es, ancianos y discapacitados y a escuchar a las Escrituras que son claras en su mandamiento de estar del lado de la vida, lo cual debe concretizarse en gestos concretos de humanidad y fraternidad.
El cristiano debe mantenerse firme en la fe en la victoria del Resucitado sobre todo mal, sobre la muerte. La oración de intercesión, por ello mismo, se hace imprescindible en estos momentos. Esta no es una solución mágica sino un gesto religioso de profunda humanidad, pues, en definitiva, representa un ariete que apela a la transcendencia con la mira puesta en la fraternidad universal.
En estos días espero encontrar un poco de calma, por lo menos durante el triduo pascual, para meditar los misterio de estos días.
Gracias,Jesús:tu artículo me ha llenado de gozo,mirar más dentro de la prueva,yendo más dentro de nosotros de mi,para buscar al hermano de una nueva forma,ir a su encuentro para ofrecerme en el mismo y asi ir construyendo la fraternidad.
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