Os mando lo que escribí hace unos días a partir del evangelio del día (26 marzo 2020)
"Este bendito encierro me permite llevar una vida mucho más contemplativa. No se trata de un encapsulamiento o ensimismamiento sin contacto con la realidad, con lo que acontece -que es extremadamente grave- o con los demás. No es eso. Es que puedo hacerlo todo, incluso mantener relaciones telemáticas, con más calma, con mayor atención a los detalles. Puedo dejar limpia la cocina sin prisas, sin ansia, poniendo empeño. Bendito encierro, sí.
El evangelio de hoy nos propone unos versículos del capítulo 5 de san Juan. Jesús reprocha a sus adversarios la incapacidad de comprender el dono que Él ha venido a traer y que no es otro que el don del Padre. Los fariseos y escribas, en efecto, están tan cerrados en su religiosidad exterior que no pueden aceptar el don de un Dios tan cercano e íntimo. Es verdad que, en este sentido, Jesús inicia una revolución religiosa que, en definitiva, supone el término de toda experiencia religiosa, de la religión en cuanto tal, así como se había concebido hasta entonces. De ahora en adelante, desde Él, la experiencia religiosa no llevará el ritmo de los sacrificios rituales ni de las prácticas externas, sino que coincidirá con la vida misma, la vida del amor declinada en sus múltiples facetas, que tiene como fuente primigenia un Dios amor y Padre que nos cuida con su infinita misericordia. A pesar de la claridad con la que Jesús proclamó esta buena nueva, llevamos más de 2000 años y todavía parece que no logramos comprenderla, al menos no lo manifestamos en una praxis convincente.
Con Jesús desaparece la religión y todo dualismo entre sagrado y profano. Hoy es urgente reactualizar el mensaje de Jesús para nuestros contemporáneos: el don del Padre. El cristianismo no es otra cosa que este grandioso anuncio.
Sigue la emergencia, con más crudeza si cabe. Hay que estar cerca de los más solos y abatidos. Y rezar con insistencia, sin descanso".
Hoy es domingo de ramos. Seguramente ninguno de nosotros había pensado celebrarlo de este modo: encerrado en casa, sin bendición de ramos, sin rito de ninguna especie. Y, sin embargo, para los que hemos podido leer hoy el relato de la pasión éste ha tenido, sin duda, una resonancia particular en nuestra alma. Jesús entra triunfal en Jerusalén, pero él sabe que su verdadero triunfo no consistirá en los vítores y alabanzas de las masas sino en el abandono y el martirio de la cruz.
He pensado en todos aquello que en estos días están sufriendo su pasión, están clavados en la cruz de una cama de hospital. Les doy las gracias por su donación y oferta mientras rezo para que tengan la fuerza de resistir, de combatir y seguir ofreciendo. Ellos están completando la redención de Cristo y, por ello, transformando el mundo.
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