giovedì 9 aprile 2020

Celebrar el amor

Hoy es jueves santo: la fiesta del amor. No podremos asistir a los oficios ni rezar la "hora santa". Lo sabemos bien: este triduo pascual será distinto al de otros años, pero no por ello menos intenso, es más, seguramente lo viviremos mejor, con más conciencia de lo que celebramos. 

El jueves santo, primer día del triduo, es un día muy rico desde el punto de vista litúrgico y celebrativo. La Iglesia rememora la última cena, es decir, la institución de la eucaristía; el mandamiento del amor recíproco y del servicio (lavado de los pies); el sacramento del orden o sacerdocio.

En el contexto de lo que vivimos en esta hora histórica como humanidad, todo este ritual -que es mucho más que un ritual, obviamente- adquiere un significado especial. 

El amor recíproco pone en evidencia la única opción digna, la única actitud que hoy puede estar a la altura de los tiempos: el servicio desinteresado a los hermanos, la donación radical al otro hasta dar la vida. Es lo que están haciendo muchísimas personas en los hospitales, en las calles, en las farmacias, en lo asilos de ancianos, en los supermercados, en los centros de Caritas, en los laboratorios, y un largo etc. 

En este Kairos (tiempo oportuno, justo) que la humanidad vive, el mandamiento de Jesús se revela como la única medicina capaz de sanar el mal a la raíz; el único imperativo ético radicalmente asentado en lo profundo del alma humana. El amor recíproco es el único camino que crea verdaderamente la ecumene global en la cual humanidad encuentra el cumplimiento de su vocación primigenia. 

La institución de la eucaristía da cuerpo a lo que el amor recíproco realiza. Y esto es así porque somos cuerpo y la corporeidad es nuestra manera de estar en el mundo. La corporeidad nos pone en relación con los demás y tiende intrínsecamente a una expansión universal: muchos un solo cuerpo, sin que ninguno pierda su individualidad, todo lo contrario, la vea intensificada y transfigurada en esa corporeidad universal. Michel Henry, gran filósofo francés, habla a este respecto del surgimiento de "una persona común de la humanidad". Y Teilhard de Chardin, con este típico lenguaje suyo, repleto de resonancias místicas, afirma: "Todas las comuniones de una vida forman una sola comunión. Todas las comuniones de todos los hombres actualmente vivientes forman una sola comunión. Todas las comuniones de todos los hombres presentes, pasados y futuros forman una sola comunión".

En este Kairos que vivimos como tiempo de gracia, podemos redescubrir la eucaristía como ese sacramento que nos hace verdaderamente un solo cuerpo y, aunque no podamos acercarnos a la comunión eucarística, podemos sentir que somos uno, un solo cuerpo con quien accede a ella, porque todas las comuniones son una sola comunión. De este modo, misteriosamente pero realmente, cada uno de nosotros sostiene a quien en estas horas lucha contra la enfermedad en su cuerpo o asistiendo a los cuerpos de sus semejantes. Todos juntos caminamos hacia esa comunión escatológica que hará de nosotros un solo cuerpo en Cristo en la consumación de los tiempos. Cada sufrimiento presente es una potencia de disminución (Teilhard) que forja algo nuevo, una semilla que muere para dar un nuevo fruto. 

El sacramento del sacerdocio hay que verlo a la luz del lavatorio de los pies. No se trata de una dignidad que eleva, sino todo lo contrario, de una posición que abaja en cuanto sirve, porque, efectivamente, es solo servicio. Por lo demás, el único verdadero sacerdocio, como dice la carta a los hebreos, es el sacerdocio real de todos los fieles en cuanto participación al sacerdocio de Cristo. 

En este Kairos epocal, veo a los enfermos y a médicos y enfermeros como los verdaderos sacerdotes del presente. Ello realizan ese sacrificio "agradable a Dios" que redime porque se une, en su esencia, al sacrificio de Cristo. 

Termino con un paso de la homilía de Melitón de Sardes, obispo, que propone la lectura del oficio de hoy:

"Los profetas predijeron muchas cosas sobre el misterio pascual, que es el mismo Cristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino del cielo a la tierra para remediar los sufrimientos del hombre; se hizo hombre en el seno de la Virgen, y de ella nació como hombre; cargó con los sufrimientos del hombre, mediante su cuerpo, sujeto al dolor, y destrúyelos padecimientos de la carne, y él, que era inmortal por el Espíritu, destruyó, el poder de la muerte que nos tenía bajo su dominio". 

¡Buen Jueves Santo a todos!

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