Una cultura de la resurrección es una cultura abierta a la transcendencia que, por lo tanto, escapa de las redes asfixiantes de un inmanentismo radical y absoluto. Éste encierra la existencia humana en un horizonte privo de esperanza, y si a la existencia la privas de la esperanza poco a poco la condenas al desamor. Porque, en efecto, ¿de que sirve amar si todo se perderá irremisiblemente en la nada? En los siglos pasados, especialmente desde mediados del siglo XIX, se ha acusado al cristianismo de posponer la felicidad –entendida también socialmente– al más allá, contraponiendo a esta perspectiva la utopía de una felicidad terrena que las conquistas sociales habrían propiciado tarde o temprano. E. Bloch, el gran pensador marxista alemán, intentó, con su ideal del “principio esperanza”, dar sentido a este horizonte inmanentista, configurándolo con una visión de la utopía en su sentido más positivo y emancipador. El caso es que, desde el punto de vista existencial, esta perspectiva no convence, entre otras cosas porque, mientras llega la realización de la utopía, a quien le toda pagar el coste de la lucha, no le queda nada, dado que se ha liquidado toda transcendencia. Desde el punto de vista histórico, las sociedades del socialismo real y de Estado, en su desarrollo concreto, socio-político, han desmentido incluso trágicamente esta visión. Basta ver la historia reciente de la Unión Soviética, con su balance de millones de muertos, o la de la china maoísta, con un coste casi igual en vidas humanas.
Vuelvo a lo que dije anteriormente: sin una esperanza transcendente el hombre y las sociedades se quedan sin amor, en el sentido fuerte y amplio de la palabra, y eso acaba por disminuir hasta anular el compromiso social por una vida mejor.
La cultura de la resurrección es una cultura del amor que no conoce final, con una concepción de la corporeidad humana que tiende a su consumación en la visión cristiana de “muchos…un solo cuerpo” (1Cor 12,12). Se trata de una visión escatológica que se anticipa ya en la tierra en relaciones sociales presididas por la comunión fraterna.
El cuerpo humano, como ya dije, es principio de relación, y esta relación no es sólo Inter-personal, sino también social. Una verdadera antropología de la corporeidad abre el espacio para una vida profundamente comprometida desde el punto de vista social. Precisamente, porque la relación que parte de nuestro ser cuerpo tiende a edificar un cuerpo social sano en el que desarrollar nuestra vida.
Una cultura de la resurrección es una cultura que se traduce en una infinidad de gestos hacia el prójimo plenos de respeto, de compasión, de solidaridad, de fraternidad. Además se convierte en un programa social tendente a edificar estructuras donde la vida humana pueda desarrollarse en pleno consonancia con los principios de la igualdad y la libertad.
En definitiva, la cultura de la resurrección es la única cultura a la altura del gran objetivo de toda sociedad, cual es el objetivo de la dignidad humana
La transcendencia no es un horizonte que está más allá de la historia. Como dice X. Zubiri, Dios no es transcendente al hombre sino transcendente en el hombre. La resurrección de Cristo es una realidad operante en nuestras vidas ya ahora. Toda mujer y todo hombre que ama de verdad está poniendo en juego esa fuerza cósmica que todo lo informa y que presiona sobre el universo en orden a su transformación definitiva, o mejor, en orden a su transfiguración.
La cultura de la resurrección es un imperativo ético, y no solo religioso, en el drama existencial y social que nos toca vivir en este tiempo de pandemia.
Nessun commento:
Posta un commento